Esta semana, se ha celebrado la Feria Internacional de Turismo (FITUR) 2019, el mayor escaparate al mundo de nuestros mejores productos y recursos como reclamo de visitantes a nuestro territorio.

Reducido a la idea más básica, esta feria no es más que el tradicional mercado del siglo XXI, que, a escala local, venimos celebrando desde que nuestros ancestros iniciaran el trueque o transacción de bienes que tan acertadamente pintó Sorolla en 1917 y hoy recogen todos los medios de comunicación de otro modo.

Plasencia y todas las comarcas del norte de la región han acudido a presentar lo mejor de lo mejor, tradición, naturaleza, gastronomía, fiestas…un sinfín de ofertas, producto del rico haber que poseemos por estos lares.

La Vera, con sus Escobazos jarandillanos, Cuacos de Yuste, con la Red de Rutas Europeas de Carlos V pertenecientes a los Itinerarios Culturales Europeos y Jaraíz de la Vera, con su oro rojo, a través del proyecto ‘Sensaciones. Pimentón de la Vera’; El Valle del Jerte, con los productos y derivados de la cereza, Piornal con sus hides ornitológicos; El Valle del Ambroz con su futuro planetario para ver el magnífico cielo estrellado, abanderado de Extremadura en esta edición, incluido dentro de las actividades de su, ya consagrada, Fiesta de Interés Turístico Nacional del Otoño Mágico; Sierra de Gata, con sus aceites, que con pan de leña se convierte en un bocatto di cardinale y Plasencia, que este año se reinventa añadiendo su gastronomía a su oferta histórico-artística.

Las cifras reflejan un aumento de turistas a nuestra zona en los últimos años y subiendo, algo estaremos haciendo bien. Aunque, mi experiencia en el sector genere miedo a la masificación y a sus consecuencias, avocando a verdaderos parajes naturales casi inexplorados, a ser arrasados y hollados por el ser humano y su manifiesta y desgraciada involución.

Para poder vender el mejor producto hay que cultivarlo desde la semilla hasta la madurez y preparar la tierra para seguir recolectando en sucesivas temporadas y mantenerlo en el tiempo, cuidando el lugar y a quienes lo habitan. Si no cuidamos lo nuestro, nos arriesgamos a perderlo y esto es aplicable a cualquier ámbito de la vida, como el gasto social empleado en mejorar la calidad de vida de los más necesitados en una ciudad, es generador de mejoras para la misma y, por ende, para todos.