Todos coincidimos en que Mourinho es un personaje mediático. Sin embargo, tanta unanimidad no despiertan sus cualidades de entrenador o sus valores como persona. Y es que este gran técnico parece empeñado en abandonar nuestro país dejando sensaciones encontradas. Y la justificación que aduce es su condición de portugués. Desde el punto de vista de valores humanos, es una persona sorprendente. Cuando los acontecimientos son prósperos, se muestra locuaz, ingenioso y hasta encantador. Y si los acontecimientos son adversos, es cortante, mordaz, lacónico, y su rostro se convierte en una mueca mal dibujada cuando, sin ningún pudor, descarga responsabilidades en otros.

Pero, aclaremos, este artículo no va de fútbol, el título es un pretexto mediático para reivindicar Portugal. Amo al pueblo portugués. No me siento extraño en Portugal. En ese país, que visito con frecuencia, sólo tengo amigos; siempre encuentro cordialidad y buenas maneras. Los portugueses nos admiran y estiman, a pesar del poco tacto que demostramos cuando, con atronadoras palabras, les exigimos que nos entiendan; a pesar de que rara vez a un español se le escape un obrigado cuando te atienden, mejor dicho, sirven con esmero; a pesar de que nunca practiquemos la reciprocidad y les demos los diez puntos en Eurovisión.

Ahora que tanta desafección encontramos en otras partes de España, es el momento de volver la vista a este país hermano. Con el pueblo portugués nos unen lazos históricos --hemos formado parte de la misma nación--. Es un país que siempre ha estado abierto a los intereses españoles; un país con el que registramos un saldo positivo en la balanza comercial. Por eso no es tarde para iniciar una campaña en orden a estrechar lazos. Ahora que se habla de Estado federal, volquémonos para federarnos --confederarnos-- con Portugal. Uniríamos fuerzas para salir juntos de la crisis; seríamos invencibles en fútbol; Extremadura se sentiría más cerca del mar. Y, en el peor de los casos, siempre nos quedaría Lisboa.