Ricardo Fernández no parece sospechoso de racismo. En Cáritas trabaja codo con codo con inmigrantes llegados de todas partes y le duele en el alma que "se nos pueda tachar de racistas. No tengo nada contra su culto, su modo de vida o creencias, pero no estoy dispuesto a aguantar los escándalos porque es una cuestión de respeto de las mínimas normas de convivencia entre personas".

Critica que el ayuntamiento se escude en que "no se puede coartar la libertad de culto, pero nuestro derecho al descanso qué". El ayuntamiento alega que los lugares de culto no necesitan licencia de apertura y aunque la comisión de gobierno de julio del 2001 acordó requerir la adopción de medidas para subsanar el ruido, hasta la fecha los vecinos siguen igual de indefensos mientras los evangélicos insisten al ayuntamiento en que no pueden ser tantas las molestias porque la iglesia está insonorizada.

Mientras ya hay incidentes en las calles de alrededor hasta por el caótico aparcamiento de las furgonetas, el ayuntamiento pide a los vecinos afectados que denuncien en el juzgado la situación y Fernández los para "porque es el ayuntamiento el que toma cartas en el asunto seriamente o al final se va a montar un conflicto de vecinos contra vecinos".