E n ocasiones necesitamos que alguien nos lo recuerde, lo verbalice, para que el dormido subsconsciente despierte de su letargo y el recuerdo y la presencia de lo obvio nos dé una bofetada que nos sitúe en la realidad de lo verdaderamente importante.

Esta semana hemos celebrado el día de la mujer rural porque, es obvio, queda mucho por hacer para lograr la igualdad de género en este sector también, incluso, más que en otros.

Siempre ha girado la vida en el campo en torno al hombre, abuelo, padre o hijo. Cierto es que en ellos recae el trabajo más duro, pero la mujer, además de sus labores agrícolas realiza labores domésticas, exentas para el hombre en general. Soy mujer rural y conozco bien la dureza del campo, expuesto a las inclemencias del tiempo y más necesitado de ayudas que otros sectores.

Las rudas manos agrietadas de mi padre recogen el esfuerzo dedicado a una vida entera de arduo trabajo, su cuerpo entero refleja el paso por tantos años de entrega absoluta a su profesión como prueba evidente. Sin embargo, el deterioro de mi madre es a todos los niveles y sé que lo vivido a lo largo de su existencia la han traído a quien es hoy. Rememoro ahora, con la distancia de los años, su retahíla repetitiva cuando cargábamos demasiado: «No cojas tanto peso que luego todo sale», ¡y vaya si sale! Bien lo sabía.

Su jornada comenzaba un poco antes que la del resto de la familia, preparaba el desayuno para todos y continuaba con la comida, no tardando demasiado en llegar a la parcela. Después de comer, dormíamos un rato la siesta mientras ella fregaba la loza, acortando su descanso, día tras día. Parecía inagotable, aunque llegada la noche, era la primera en irse a dormir. Ahora entiendo su extenuación.

Hermana de nueve y madre de cuatro, ha dedicado toda su vida a cuidar de los demás y a trabajar inflexible por un futuro mejor para todos y ahora depende de la pensión de mi padre, como millones de mujeres en el mundo rural. Esto tiene que cambiar, a través de medidas estatales que reconozcan su trabajo, de recibir después de tanto dar.

Cuestionarnos esta forma de vida y reivindicar otra mejor es la responsabilidad que está hoy en día en nuestras manos para no repetir la historia de tantas que tuvieron su voz callada mientras doblegaban no sólo su espalda. Se lo debemos.