La lealtad se dona, no se ofrece; se supone, no se solicita; se da por convicción, no por obligación. La lealtad supone más deberes que derechos, más débitos que recompensas. La lealtad no se compra; se regala. No es un contrato; es una ofrenda. La lealtad es dual, no singular. Se debe a un vínculo entre quien otorga y recibe. Se es leal a alguien, no por algo.

La lealtad subsume estos otros valores: confianza, respeto, trabajo, entrega, discreción, amistad, responsabilidad, honestidad. Se es leal a alguien por una causa, no sólo por débito; por fe, no por esperanza en algo. La lealtad es un compromiso ético; una hipoteca compartida, sin otro interés que el compromiso por el compromiso mismo.

Hay leales de palabra, no de hecho; de pacotilla, no de derecho; por interés, nunca por devoción. Usureros de la confianza indebida, traidores a la causa debida. Desertores, fugitivos, prófugos del compromiso y de la ética.

La lealtad es un bien moral, no material. Se paga con lealtad. Es una moneda de una sola cara. Recíproca, no unidireccional. La lealtad se vive y se respira; no se aparca ni se esconde. La lealtad es expresiva sin ser locuaz. Se ofrece con las dos manos, con el corazón y los sentidos. La lealtad es a la fidelidad sinónima de sus premisas; de pensamiento, deseo, palabra y obra. La lealtad no da derechos por contraprestación. Es no sólo el do ut des (doy para que me des), material, sino moral. En ofrenda, la lealtad no se da "ºpara" ni "por". Se da o no se da. Asume por principio la esencia de la fidelidad, trascendiendo incluso sus elementos.

Plasencia, o la lealtad. Muy benéfica y leal, ut placeat Deo et hominibus (para que agrade a Dios y los hombres), añadiría et mulieribus (y a las mujeres..., siempre sea grata). Ha pagado y reconocido Plasencia lealtades. Nunca a traidores, como Roma.

No son leales con Plasencia quienes se arrogan ser salvadores de la patria; los que aventan la paja, pero no quieren ver el grano; quienes sólo ven una parte y no el todo; los que no admiten que rectificar es de sabios; quienes sólo escriben y recitan chirigotas para descalificar el todo por una parte; aquellos que no tienen ojos para ver lo que muchos observan; los que oyen, pero no escuchan. No son leales con la ciudad quienes presumen que la lealtad viene condicionada por la simple posesión de un carné o por un pasado que se convierte en estigma para algunos. Ni tampoco los que anteponen los intereses partidarios a los generales de Plasencia. Ni mucho menos quienes manipulan los hechos y no quieren ver la evidencia; los que sólo ven lo negativo por encima de lo positivo; quienes acosan a una parte, olvidándose de lo que no hizo, o dejó por hacer, la otra.

Los verdaderos prófugos o fugitivos no son quienes lo fueron a su pesar; ni quienes dejaron un partido para poder trabajar en el campo neutral de la lealtad a su ciudad. Los desertores son aquellos que abandonaron la casa del padre para tornar a ella tras ser desleales; o quienes traicionaron a su partido y a su ciudad, alineándose con los adversarios por despecho. No hay peor tránsfuga que los desertores y traidores y quienes ven en otros lo que tienen ante sí mismos y no desean reconocer.

Los verdaderos tránsfugas son los traidores a la lealtad, no los que se equivocan por juventud y cambian de ruta por madurez, convicción, amor y deseos de servir a su ciudad. El tránsfuga deja una senda para elegir libremente otra; el traidor puede optar por todas y no servir a nadie. El leal siempre servirá un bien superior y no particular. Los traidores serán siempre desleales. Los leales nunca serán traidores. Rectificar siempre ha sido de sabios. No reconocer el error, de ciegos. Y "hay más alegría en los cielos por un pecador arrepentido que por cien justos que allí habiten".

Plasencia, por leal, no merece traidores, sino leales; nunca serviles, sino servidores; jamás predicadores que no dan ejemplo; ni pecadoras/es que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

La política es también el arte de la lealtad; la lealtad debida al pueblo y a los compromisos con la ciudad. Lo son los políticos leales, no quienes pasan de ser "camisas viejas a chaqueta nueva". Ejercen la lealtad quienes abren puertas a la ciudad, no aquellos que las cierran desde una atalaya dogmática, sectaria y sin escrúpulos; o los trovadores de fiestas de barrio convertidos en salvadores de la patria, capaces de promover un concurso para ridiculizar a su ciudad en un telediario y, además, le ríen la gracia.