TEts una tradición comprar regalos en estas fechas navideñas que, convertida en acto colectivo, no nace de la necesidad sino, más bien, de la presión social. Importa más regalar que el propio regalo. La sociedad de consumo saca todas sus armas para convencernos de qué es lo mejor y que lo adquiramos.

Casi acosados por el ambiente que perturba nuestra libre elección condicionándonos y nublando nuestros sentidos con luces, olores y sabores diferentes y que solo están presentes en Navidad, seguimos a la masa y hacemos lo que toca. Las facilidades que nos dan son tantas y tan apetecibles, desde los pagos aplazados a descuentos, lotes etcétera, que, a lo peor me convencen de algo que, inicialmente no era mi propósito. Para esto, como para todo, la voluntad es el secreto.

Es tiempo de emociones y es cierto que la satisfacción que se siente desde la preparación ya de un presente para alguien querido es indescriptible, eso sí, si no es una obligación.

Emociona pensar en cuánto se acelerará su corazón al recibir la sorpresa y la ilusión por ello crece hasta el momento de la entrega, en donde esa emoción fijará un recuerdo en la memoria del otro, tal vez perecedero pero, por un instante al menos, feliz. Un jamón, una espada, un marcapáginas artesanal...todo sirve.

¿Consumo o necesidad? Aunque el sistema haga todo lo posible por sugestionarnos, más ahora, con el ambiente de rebajas y nostalgia que nos rodea, pensad que cualquier momento del año es bueno para hacer felices a los nuestros.

Hay millones de cosas que regalar que no tienen por qué comprarse. Si ganas una y gastas dos, mal vas. Sólo hay que mirar alrededor para comprobar la cantidad de cosas superfluas que poseemos y hemos adquirido voluntariamente.

Quizá en tiempos de crisis debiéramos ser más pragmáticos y tener siempre presente que el verdadero regalo no es el paquete, sino las manos que lo entregan. ¡Regala mucho y con mucho corazón!