Mujeres rurales, esas auténticas súper heroínas de cualquier tiempo, capaces de vivir multitud de vidas en la suya propia. Entregadas a lo que sea necesario habitualmente al cien por cien y, a veces incluso, al doscientos Cuidadoras natas de hermanos, marido, hijos y padres, pues a los pueblos todos los recursos llegan un poco más tarde que a las ciudades y, como nos han enseñado siempre, hay que apañarse porque no queda otra, pero sin perder de vista que un pueblo sin mujeres, no tiene futuro.

Reúnen en su acervo multitud de profesiones, que engloban diversos aspectos de la vida diaria, mientras la mayoría se especializa sólo en una para toda la vida. Estas valientes luchadoras (una cuarta parte de la población mundial) trabajan en el campo como uno más y además, sacan adelante su familia y su casa con todo lo que ello supone, sin recibir poco más a cambio que la satisfacción personal que produce la entrega de amor absoluta y desinteresada, porque su inestimable trabajo no está reconocido socialmente como debería. Además de ser garantes de las costumbres, tradiciones y de la base cultural de la sociedad en nuestros municipios.

Aunque desde 2007, cada quince de octubre se celebra el Día Internacional de la Mujer Rural, con el objetivo de reconocer su «contribución en el desarrollo rural y agrícola, la mejora en la seguridad alimentaria y la erradicación de la pobreza rural», ellas lo son cada día del año, sin festivos o descanso, atendiendo a cada ser vivo a su cuidado en las necesidades diarias como alimentación, siembra, labranza, recolección,…

Imprescindibles raíces del árbol que es el sistema en el que desarrollamos nuestras vidas para su buen funcionamiento, como ha quedado patente durante el confinamiento, convertidas en la fuente básica de nuestra supervivencia, mientras se encargaban de que el mundo continuara girando, a pesar de todo.

Es responsabilidad de la sociedad en general y de las instituciones en particular darles la visibilidad que merecen y otorgarles igualdad en todos los aspectos, a través de leyes no sólo escritas en papel, como los Objetivos de Desarrollo Sostenible, sino convertidas en esa necesaria realidad que sustituya las duras condiciones que demasiadas generaciones de mujeres rurales hemos compartido y padecido y por la cual debemos de seguir luchando.