La vida de Naku Mahayub ha pasado de estar limitada a contar con un abanico de posibilidades. La niña que vivía con sus padres y diez hermanos en el Sáhara, de manera nómada, está a punto de terminar sus estudios de Técnico Superior en Educación Infantil en Plasencia.

Ha vivido y sufrido la condición de refugiada y, esta semana, ha explicado su experiencia en la primera jornada sobre refugiados organizada por la delegación local de la Plataforma Refugiados Extremadura.

Naku no conoce a sus abuelos. Debido a la marcha verde, la invasión marroquí del Sáhara Español, ellos se quedaron en Marruecos y ella y su familia se refugiaron en el Sáhara. «Si eres refugiado no te dejan pasar» y lo que hicieron es que «nos desplazábamos cada equis tiempo en función de dónde lloviera para que se pudieran alimentar los animales que teníamos, camellos, cabras...»

Subraya que ahora sí es posible viajar una semana a Marruecos para reencontrarse con familiares y así «pude conocer a una tía». Finalmente, se instalaron en el campamento de Dahjla donde Naku explica que recibían una ayuda de alimentación por persona una vez al mes, con la que debían sobrevivir. «Nos daban legumbres, y a veces atún y espaguettis, pero eso era excepcional», recuerda.

Naku cuenta que allí pueden estudiar hasta lo que aquí es segundo de la ESO y después, «si quieres seguir estudiando, te tienes que ir a Argelia». Además, señala que, como trabajos, «o te dedicas al ganado, al mercado o eres médico o maestro, no hay más». Vivía por tanto con lo básico y con unas expectativas de futuro limitadas.

Pero cuando tenía 8 años, puedo viajar un verano a Italia y, ya con 9, se incorporó al programa de Vacaciones en Paz de la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui. Estuvo cuatro veranos consecutivos con la misma familia. «Al principio lo pasé un poco mal porque todo era nuevo y yo estaba acostumbrada a vivir con lo básico. Recuerdo que me senté frente a la lavadora para ver cómo se movía porque me sorprendió, y también la lluvia, porque allí llueve dos veces al año y es peligrosa. Me encantaron las tormentas de verano».

Un problema de salud llevó a sus padres a decidir si se quedaba definitivamente en Plasencia. Y se quedó, primero como estudiante en el IES Gabriel y Galán y, después, en el IES Virgen del Puerto para desarrollar su pasión, trabajar con niños.

El martes empieza las prácticas, y todavía por su condición de apátrida tiene problemas para conseguir algún documento, pero su vida ha dado un vuelco.

«No se puede comparar nada con mucho. Creo que no me dará la vida para dar las gracias a la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui y a mi familia placentina». Destaca además que nunca se ha sentido discriminada o desplazada y que, con su experiencia, «valoras más las cosas. Los niños de aquí no lo hacen, piensan que tienen que tener las cosas obligatoriamente y no hace falta trabajárselas».

Se siente afortunada, porque no ha tenido que pagar a mafias ni poner en riesgo su vida como otros refugiados y, ante quienes les cierran las fronteras, apunta: «somos humanos y los refugiados no vienen por gusto, sino por necesidad. Hay que avanzar mucho en la concienciación». Ella, mientras tanto, tienen claro que, desde Plasencia, «ayudaré a mi familia en todo lo que pueda».