Así es como actúan algunos, en mi opinión, con escasa o nula empatía, pretendiendo dirigir la vida de los demás, solo porque, en algún momento y determinadas circunstancias, se les atribuyó, con plena confianza, una cuota de poder que utilizan para obtener sus intereses, mientras abusan de la libertad de elección individual.

Existen múltiples formas de abuso de autoridad, algunas por defecto: quienes no hacen el trabajo que conlleva la responsabilidad del cargo y otras, por exceso: aquellos que se la asignan conscientemente, saltándose a la torera todo lo que consideren un obstáculo para imponer su voluntad y lograr sus intereses. A cual peor.

En ocasiones somos nosotros mismos, por falta de tiempo, interés, exceso de confianza, u otros motivos, quienes se la concedemos, sin cuestionarnos si disponemos de la información suficiente y contrastada para el beneficio propio o comunitario y con ello, estamos dejando en manos de la voluntad de quienes habíamos confiado hasta ahora la elección, sin plantearnos su criterio o averiguar la veracidad de sus palabras.

Es un hecho que todo y todos hemos cambiado. Esta pandemia ha impuesto, queramos o no, una serie de modificaciones en nuestros anteriores hábitos de vida, muchos generales y otros específicos. Y es nuestra responsabilidad adaptarnos a las nuevas medidas. Como dijo Darwin: “Quien sobrevive no es el más fuerte ni el más inteligente, sino el que se adapta mejor al cambio”. Y en este momento de tantos y tan grandes cambios, no podemos pretender continuar como si nada, o casi. Porque es tarea global propia contribuir a la deceleración, de nuevo, y control de esta enfermedad.

Sobre todo, si se trata de la educación de nuestros hijos, debemos de agotar todas las fuentes de información, oficiales y reglamentarias, para tomar las decisiones que les conciernen en cuanto a su salud, seguridad y futuro, y establecer una buena y correcta comunicación por todos los medios, que aseguren su bienestar general.

Siempre ha sido peligroso escuchar una sola voz, aún más en esta era de la ‘desinformación’ y aprender a pensar y dudar de las opiniones propias y ajenas se ha convertido en casi una obligación (más ahora que nos quitan la filosofía, el amor por la sabiduría).

Sé que es difícil hallar el equilibrio entre vivir y no correr riesgos innecesarios, por ello, aseguraos de en manos de quién estáis antes de tomar una decisión a la ligera. Los hechos no engañan.