Actualmente reconocida como epidemia, es ese ingrato sentimiento habitualmente acompañado de tristeza, aislamiento y falta de compañía y cariño que se siente más hondo sobre todo en estas fechas, cuando, según datos del Teléfono de la Esperanza, las llamadas de personas que sienten soledad se disparan. Ya no son en su mayoría personas mayores, sino jóvenes entre 18 y 25 años y más mujeres que hombres.

Son demasiados los que padecen este mal y lo único que desean es dejar de sentir ese vacío al llegar a casa y cerrar la puerta con llave tras de sí, pasada la cena y consumidas las velas de los centros de mesa navideños, cuando su luz también se apaga al sentir el peso de ese hogar sobre sus hombros y el silencio traspasa las vísceras hasta tocar el alma, mientras intentan recuperar la rutina en la que se ha convertido su vida, y lo único que desean es estar acompañados.

Al no generar conflicto, es lógico que su entorno no perciba el problema y esto tampoco significa que la familia no les quiera. Sin embargo, año tras año conocemos cómo mueren solas porque nadie les había echado de menos. ¿Acaso puede haber algo más triste que morir absolutamente solo?

Acompañadas por sus recuerdos y pensamientos, habitualmente en forma de fotografías de momentos vividos, en su mayoría felizmente y que sustentan su continuidad en el mundo, se sorprenden al escuchar su propia voz cuando es fácil que pasen días enteros sin hablar con nadie.

Están muy cerca, son nuestros vecinos y no nos damos cuenta. Aunque existen muchos programas, asociaciones, etc. destinados a detectar y paliar a la persona que padece esta lacra social, barrios en los que el tendero da la voz de alerta cuando alguno hace días que no compra el pan o pasa por allí, depende de cada uno de nosotros sentir la empatía suficiente para percibir ese neuroticismo (en sicología, inestabilidad emocional, cambios de humor, sentirse deprimido, solo, enojado o triste) del prójimo y ofrecerle cercanía o incluso compañía, ayuda para gestionarla o dejar de sentirse solo.

Multitud de ayuntamientos de zonas rurales invitan a estas personas a cenar en compañía, al menos en Nochebuena, así que, si las instituciones pueden, nosotros también. Como dice mi padre, en casa de Francisco, donde comen cuatro, comen cinco.