TEtstadísticas diarias nos muestran la realidad existente más allá de nuestro entorno cercano. Escuchaba, en un programa autonómico de radio, una entrevista realizada a mujeres empresarias, a quienes preguntaban si en su negocio se había dado algún caso de abuso de género y me sorprendía al comprobar cómo todas las respuestas eran negativas. Sorprendida alegremente por un lado, tristemente por otro, pues tras cinco entrevistas distintas y, dadas las circunstancias, la verdad no estaba siendo puesta de manifiesto. Me niego a conformarme con una verdad a medias. Si ni para trasladar la información a la población somos igualitarios, apaga y vámonos.

La batalla está sucediendo ahora, en este preciso instante en el que miles de mujeres están dedicadas al cuidado de mayores, menores, la casa, otro trabajo... La habituación es tan negativa que, ni aunque lo veamos con nuestros propios ojos, somos capaces de reconocer la injusticia y trato desfavorecedor que se nos está dando en una sociedad en la que todavía no está reconocido el trabajo doméstico como tal. Llegar y encontrarse todo en su sitio, o preguntar dónde está tal cosa y que "ella" siempre sepa el lugar, aunque sea aproximado, es maravilloso, ¿verdad?

Trabajamos durante toda nuestra vida. Normalmente pluriempleadas. Desarrollamos cualquier tipo de trabajos y disponemos de la capacidad, evidentemente, para llevarlos a cabo. Sin embargo, somos capaces de pisar a nuestras congéneres en su desarrollo, coartando su aprendizaje y contribuyendo a hundir el barco en el que todas navegamos. He visto y padecido cómo compañeras de trabajo, vecinas o familiares se cerraban ante la posibilidad de poder compartir su conocimiento con la recién llegada, ignoro si por miedo a ser sustituida o superada en su puesto, si por propia inseguridad o egoísmo, pues llamarlo amor propio sería erróneo.

Nos estamos negando la ayuda que solicitamos a voces al sistema, a nosotras mismas. Seamos capaces de compartir educación y saber, de aprender a transmitirlo con inteligencia emocional y salud o recogeremos amargos frutos, como hasta ahora, producto de nuestra propia cosecha. Ya es suficiente la desigualdad laboral a la que estamos sometidas como para echarnos tierra encima.