El público se enfadó, y con razón, durante la lidia de los dos primeros toros. Tuvieron la nota predominante de la corrida, que fue la falta de fuerza, pero aquellos, especialmente, flojearon de manera exagerada. Si a esos unimos la falta de casta y celo que tuvo el segundo, que andaba a su aire, distraido y salía siempre con la cara alta, hay que decir que la primera parte de la corrida pasó con mucha pena y poca gloria.

El Cordobés realizó ante el cuarto una faena efectista y de buen efecto en los tendidos. Estuvo muy por encima del toro, un ejemplar de poco fuelle, ante el que tiró de su repertorio. Hizo desplantes, saltos de la rana y recibió una espectacular voltereta que entre todo caldeó el ambiente para que se pidiera la oreja concedida.

El quinto fue un manso en toda regla. Huidizo en los primeros tercios, se aquerenció cerca de toriles, pero El Califa tuvo la habilidad de sacárselo a los medios y allí, dejándole siempre la muleta en la cara y tapándole la salida, se tragó series estimables por ambos lados.

En el último, el toro de más cuajo y pitones de todo el encierro y de toda la feria, Juan Diego lo intento largo y tendido. Realizó un trasteo amplio, de excesivo metraje, con un toro que tuvo buena condición pero al que le falló la fuerza. Se quedó siempre muy corto y le costaba un mundo desplazarse. El diestro salmantino lo mató de una estocada certera, de rápido efecto y fue lo que le valió para igualar a sus compañeros de cartel en número de trofeos.

La tarde de ayer tuvo pocas notas más reseñables, pues cuando falla el fondo de los animales, la fiesta se desvanece. En cuanto a la presentación de la corrida resultó un tanto desigual, con toros demasiados chicos, como los corridos en primer y tercer lugar, junto con otros de bonitas hechuras y el sexto de gran presencia. En cuanto a la presidencia, ayer estuvo acertada en la concesión de orejas.