Toda muerte es lamentable. Pero el veredicto del jurado que el miércoles absolvió al policía que disparó al delincuente me parece tranquilizador. Para la sociedad y para las propias fuerzas de seguridad del Estado. Porque lo contrario habría calado en los policías el mensaje de que más les vale dejarles escapar que arriesgarse, sabe Dios a qué, y porque lo mismo al siguiente que robaba era a usted o a mí. Suficiente desmoralización hay ya en la policía que ve salir por el juzgado al reincidente que acaba de coger; aunque sus razones tienen los jueces, que las leyes las hacen los políticos. Pero el fiscal, José Manuel Rubio, fue honesto y valiente al modificar en sala su petición. La navaja que blandía el delincuente también podía causar muerte y entonces el poli habría sido un héroe. Pero se le disparó el arma y se convirtió en presunto verdugo, aunque soy de los que creen en la profesionalidad, y también la buena fe, de la gente. Mientras no se demuestre lo contrario. Lo que pasa es que exigimos autoridad y miramos a otro lado.