Actos vandálicos suceden a diario y los destrozos en el mobiliario urbano se han cronificado, fruto de trastornos del comportamiento o frustraciones. A más habitantes, mayores perjuicios. Es una lacra social que va en aumento y culpabilizar a los extranjeros es preferible a reconocer errores propios y darles solución. La educación es insuficiente para atajar el estropicio y reciclar aún no está automatizado en el desarrollo de nuestras vidas, al menos no en la de todos.

Producto de estas carencias, lo habitual es encontrarse multitud de incívicos capaces de arrasar lugares con encanto, tanto en la urbe como en el campo. Pañuelos, pañales, o cualquier otro tipo de deshecho es el brutal rastro que dejamos a nuestro paso, cuya cantidad, imposible de contabilizar, sumamos a los 21 millones de toneladas al año de basura recogida.

Somos los menos, quienes nos guardamos el papel del caramelo en el bolsillo hasta encontrar una papelera en la que depositarlo. Hace años nos quejábamos de su escasez o ausencia, hoy, las denuncias en las redes sociales y su inmediatez obligan a los responsables políticos a ponerle freno y solución rápidamente, atajando así movimientos sociales contra lo que, no solo es lamentable sino insano.

Jóvenes y no tan jóvenes buscan perder el control con alcohol u otras drogas. El puntito ya no es suficiente, no saben o no quieren parar a tiempo y necesitan emborracharse hasta deshinibirse lo suficiente como para construir su personalidad soñada, incapaces de crear la real.

A pesar de la crisis laboral y económica, disponen del suficiente dinero para comprar de todo, ya que siempre existe un amigo que les haga el favor de presentar su DNI en la tienda abierta 24 horas o incluso las que, incumpliendo la ley, venden alcohol a menores. Los comas etílicos son cada vez más frecuentes, obligándoles a ser testigos de la muerte mucho antes de lo deseado o humanamente soportado por ley natural.

Copias sin identidad propia, tupés o pantalones imposibles por elevados o caídos respectivamente, demuestran hasta qué punto son capaces de llegar para ser aceptados e incluidos en el grupo.

Practicar el civismo en casa permite respetarnos a nosotros mismos y a los demás. Esta es la clave. Lamentablemente, ¡qué poco nos queremos! H