Llegaron los esperados victorinos, llenaron, pero no convencieron del todo. Como suele ser habitual en las corridas de esta divisa hubo variedad de comportamientos. Destacaron por bravos segundo, cuarto, aunque éste con excesiva violencia y el sobrero que hizo quinto, que humilló mucho pero tuvo actitudes cambiantes durante su lidia. En conjunto la corrida no llegó a entusiasmar, pero es cierto que si las espadas hubieran entrado estaríamos contando más orejas. Los toros se dejaron pegar en el caballo, pero faltó ese animal boyante y espectacular galopando de lejos. Los que sacaron complicaciones si llevaban la marca de distinción de la casa. El primero, que no se entregó nunca en la muleta de Encabo, y el sexto, que resultó una auténtica papeleta para Bolívar, pusieron a prueba los corazones de los toreros y del público.

El Cid se dejó escapar otro triunfo grande por culpa de la espada. Cuajó al segundo de la tarde de forma magistral, especialmente por el pitón izquierdo. Anduvo con torería entre las series y se permitió ligar a un animal de bravas acometidas. Fue faena de dos orejas que se quedó en una ovación. Al manso quinto lo devolvieron porque Alcalareño, peón de El Cid, hizo gestos de que no veía. La vuelta a los corrales fue un espectáculo lamentable de media hora con bueyes ineptos. Salió el sobrero, humillador pero tobillero y tardo en las primeras arrancadas y el de Salteras lo entendió, lo mató y se llevó premio.

Bolívar tuvo un primer victorino atípico por parado y soso. Poco pudo hacer con aquel animal de corto viaje y siempre a la defensiva. Con el sexto se la jugó. Faena de mucho riesgo en la que el torero estuvo siempre en peligro. Aguantó parones, miradas y todo lo que hizo tuvo mucho mérito. Cortó la oreja de más peso de la feria y mostró valor y ganas de ser torero.

Encabo se fue de vacío. En el primero no se acopló a las dificultades de su enemigo, y en el segundo por culpa de los aceros. La faena que le hizo al cuarto hubiera sido premiada, pues tragó el torero y hasta ligó los muletazos a un toro bravo pero violento. No era fácil llevarlo toreado y Encabo lo consiguió. Al final, sólo dos orejas en una tarde de la que se esperaba más.