Con lo que yo he sido ´en llegando´ junio. Me los he pasado la mitad de mi vida feriándome que si un perrito piloto, luego que si un calimocho y la otra mitad despotricando de los exámenes porque no podía darme una escapada a las ferias para acabar deseando escapar de ellas. Será que se me ha pasado el arroz, el feriante, ese por el que me decía mi padre que mejor que la universidad, me pagaba un puesto de vino de Cariñena y a recorrerme España entera. Tardé en encajar que ya no iba a haber más pins con la foto de mis amigos camino de la Coronación. Pero es un fenómeno social; no lo del pin, que ya sé que es paranormal. La prueba está en las romerías, donde la tortilla ha dado paso al castillo flotante y en ferias a un billete directo a la ´playa del sobaquillo´ que hay que levantar cada dos por tres para saludar al paisano.

Y aún así cómo escapar al buzoneo del viaje de los sueños de todo autónomo que se precie: cerrar el chiringuito para darte un homenaje aprovechando aunque sólo sea un festivo y gastarte menos que en montar a los niños en la noria y en montarte una juerga morena.

Pero claro, la mayor ilusión de esos padres cuando ellos eran los enanos era el juguete que te caía por ferias y los de ahora no tienen que esperar a eso, ni al cumple ni a los Reyes. Por no hablar de quién en la actual edad del pavo se marcaría el paquito chocolatero con su tío Pepe lo mismo en la calle Vidrieras que en la peña del Sombrero pudiendo disfrutar del mayor botellón de su vida. ¿Y colarse en una caseta, tomarse los churros...? Está visto que el modelo de mis sueños está caduco, pero es que los tiempos cambian y no hay culpable que valga. Pero dejemos de mirarnos el ombligo y me pregunto para qué invertir 1,2 millones de euros en casetas fijas.