Inexorable el tiempo va pasando y el precioso don de amar nunca se acaba. Antes saltará el mundo en pedazos. Y si un lejano día la llama del amor se apagara, la Tierra se tornaría en una masa uniforme como al principio de los tiempos: sin luz, sin mar, sin horizonte, sin aire con que poder respirar, sin ganas también de respirar-, todo reseco, todo muerto, todo putrefacto.

Hoy nos encontramos a principio del siglo XXI. Concretamente en el verano del año 2013. Las calles soleadas de Azuaga, con sus fachadas de nácar, nos hablan sin lenguas, de la limpieza transparente del alma de sus habitantes.

Este verano, ha venido acogida en nuestra casa como desde hace cinco años, Sisa. La hemos quitado del abrasador sol del desierto y al mismo tiempo restablece la carencia de su débil organismo con una buena alimentación y un efectivo tratamiento médico que en su pobreza no tiene. La arena, es una extensión destructora donde el más férreo organismo se debilita causando ceguera y agravando toda clase de enfermedades por una atmósfera y un horizonte hostil.

Sisa, está muy contenta con nosotros. Va por las calles muy alegre, saludándola la gente y sintiéndose querida. Es feliz.

Vencida a mis ruegos, ha venido también desde Barakaldo para coincidir con ella, otra niña saharaui que tuvimos en acogida antes que Sisa. Ya tiene 18 años, se llama Fatimatou. La felicidad de las dos no ha tenido límite, ha sido inmensa. Las dos son del Aaiún y se han contado cosas y vividos muchos recuerdos del mar de las dunas en la Hamada argelina. En esos días, viéndolas felices hasta el sol parecía que brillaba con más fuerza para nosotros, con bellos paisajes del alma.

La víspera de su partida, Sisa está preparando su equipaje. Junto a ella está Fatimatou. Cuando iban a precintar la abultada bolsa, Fatimatou interrumpió: -No. Falta algo. Fue a su habitación y trajo un pequeño álbum de fotos y dijo a Sisa: -Llévatelas, por si no vuelves a verlos a ellos nunca más. Sentí un nudo en la garganta.

Llegó el doloroso día que tuvieron que marcharse. Yo, he quedado hecho polvo como cada mes de septiembre. Mi alado corazón vuela y se estrella contra la razón una y otra vez, como las olas contra el acantilado.

XVERANO DE 2013x Un coche aparca cerca de la plaza del ayuntamiento. De él bajan dos parejas. Uno de ellos pregunta con cara de cansancio: -¿Por qué venir a parar a este pueblo? ¿Para qué hacer tantos kilómetros?

Sisa se adelantó en contestar: -En este pueblo, estuvimos nosotras cuando niñas pasando algunos veranos.

-¿Aquí? -preguntó el otro.

-Aquí, -contestó Fatimatou- y nunca se nos irá de la memoria.

¿Tan bien os fue? -Inquirió el primero. Sisa cogiendo la mano de Fatimatou, y mirándola a los ojos y contestó -Mejor que bien. Aquí, con una familia, recibimos el calor de unos segundos padres y unos hermanos.

-Pero-

Intervino Fatimatou: -Llevamos grabado a fuego cuánto nos quisieron, cuánto se desvivieron por nosotras para que estuviésemos mejor que en casa y que nada nos faltara. Se vio rodar una lágrima por la mejilla de Sisa.

Prosiguió Fatimatou: - Solo tengo una queja de este pueblo.

¿Qué queja? -preguntó uno de ellos.

Que mientras en muchos pueblos, los Ayuntamientos daban la bienvenida a los niños saharauis, aquí, en Azuaga, nunca nos llamaron para regalarnos un simple cuaderno y una caja de lápices de colores. Démoslo al olvido -dijo Sisa- Vamos a lo nuestro.

Fueron andando por la anchurosa calle en dirección a la Parroquia. Muy calladas. Con el corazón apretado recordando muchas cosas. Al aire se escucharon algún que otro suspiro. Enseguida reconocieron la casa. Bueno que si la reconocieron. Años atrás había sido su casa. La de ellas dos y de otras más.

Emocionadas llamaron al timbre de la puerta. Salió una mujer mayor que vestía canas y apoyada a un bastón. Se reconocieron al instante: - Mi Mati, mi Sisa, mi Fatimatou. Dijeron llorando y abrazándose. Y aquí amigo lector, corto la escena.

Miraron para dentro de la casa buscando a alguien. Mati comprendió qué buscaban y dijo: -Buscáis a José. ¿Verdad? No está. Murió hace cinco años. Siempre os tuvo en el pensamiento. Tanto es así, que ordenó que sus cenizas, la mitad se quedaran conmigo y la otra mitad fuese enterrada en las arenas del Sáhara, en el campamento del Aaiún. Se entristecieron con cara de desmayo. Pasaron dentro y tuvieron una larga conversación, casi toda basada en los recuerdos. Volvieron relativamente a vivir la antigua felicidad.

Después de una semana decidieron marcharse sabiendo que era la última vez que veían a Mati. Al salir a la puerta de la calle, curiosamente una blanca paloma se posó en uno de los balcones de la casa. Sobre sus cabezas. Luego remontó el vuelo y se perdió en el etéreo azul del cielo. Los que ellos interpretaron al ver la paloma, lo dejo a la imaginación del lector.