El pueblo de Aldeacentenera está situado en una hondonada entre dos cerros, el llamado Cerro del Bote y de las Viñas y otro denominado Caranchón y Tomillar. El terreno es un poco más llano hacia el norte y se divisan los más hermosos panoramas: el puerto de Miravete, las abruptas Villuercas y las alturas de la Sierra de Gredos, cuyas cumbres están nevadas durante el invierno. El río Almonte atraviesa el término municipal.

Este pueblo perteneció a la comunidad de Trujillo. Existía en medio de sus dos ejidos que conservan el nombre de Centenera. Era arrabal de la ciudad de Pizarro. Como consecuencia de la Constitución de 1812, se erigió en ayuntamiento independiente. Su origen es posiblemente visigodo. En el siglo XVI se ubicó en un lugar llamado Ejido de Centenera, si bien su existencia como aldea con territorios propios se asienta definitivamente hacia la segunda mitad del siglo XIX. El traslado del Ejido de Centenera se debe a que los colonos del Marques de Risell, dueño de grandes propiedades, decidieron situar sus viviendas cercanas a la casa de éste. Así, pasó a llamarse Aldeanueva de Zentenera.

Existe una leyenda que dice que el traslado fue debido a una plaga de hormigas que causó enfermedades a los niños. El gentilicio de los hijos de esta localidad es "aldeanos" llamados pintorescamente "aldeanos pachochos".

LA NECROPOLIS

De su patrimonio destaca un castro Celta en la finca de la Coraja del siglo IV antes de Cristo, o principios del V, está situado a cinco kilómetros del pueblo, de origen prerromano, siendo los vetones los que lo habitaron. El castro Celta esta amurallado y en su interior se han encontrado restos de viviendas, de las que se está haciendo una reproducción en la dehesa Boyal. Fuera de esta muralla se encuentra el vertedero donde se hallaron restos de cerámicas y metales. A unos 500 metros está la necrópolis donde se han localizado más de 70 enterramientos diferenciados cada uno con su urna correspondiente, algunas cubiertas por platos y por restos y objetos personales.

Su joya es el complejo natural del El Ejido, a cuatro kilómetros, en una amplísima dehesa con vista a las Villuercas y la sierra de Gredos, consta de un castro celta, siete casas que reconstruyen el poblado prerromano, en la arquitectura y la distribución del castro Celta encontrado en el Castillejo de la Coraja. Tienen comedor para 70 personas, chozo de horma, cuadra, picadero y burros para dar paseos, un molino que sirve de tasca, un hangar y pista de aterrizaje para ultraligeros, y un chozo donde se reproduce la manera de vida pastoril, decorado con utensilios y ropas de la época en la que se utilizaron.