Quienes hagan la Ruta del Emperador desde Jarandilla a Yuste se toparán con la escultura que han colocado a la salida de Cuacos, a la izquierda, en dirección al monasterio. Tan imponente, tan imperial ella. Con sus frailes, sus conquistadores... Y como un ojo divino, presidiendo el imperio, el busto de Carlos V .

Pero dejando de lado las opiniones, los gustos y hasta los juicios estéticos, se me ocurre pensar que al fin la villa de Cuacos cierra algunas de las heridas que en su día los vecinos causaron al emperador. Y ese es un asunto sobre el cual habría que hablar en voz baja, despacito, y hasta largo y tendido; porque abundan los textos que hablan de las barrabasadas que los lugareños causaron al emperador.

El Padre Sigüenza , en 1599, escribe: "Luego que su Majestad hizo asiento, mandó repartir grandes limosnas por todos aquellos pueblos realengos... El lugar de Quacos, que es el más cercano al Convento, participaba más destos favores como más vecino a la fuente, y ellos sabían conocerlo harto mal, porque es gente alguna de ella de baxos respetos, desagradecida, interesada, bruta, maliciosa. Y parte destas virtudes usaron con el mismo Carlos quinto".

En 1885, Pedro Antonio de Alarcón carga las tintas sobre el asunto: "Podíamos escoger dos senderos para llegar a Yuste: el uno va por Quacos, lugarcillo de 300 vecinos, que dista un cuarto de legua del monasterio; el otro... No existe verdaderamente, sino que lo abre cada viajero caminando a campo-traviesa... Nosotros elegimos este último a pesar de todos sus inconvenientes: una aversión invencible, una profunda repugnancia, una antipatía que rayaba más el fastidio que el odio, nos hacía evitar el paso por Quacos". Al parecer, el ilustre viajero había leído, según sus propias palabras, que los habitantes de Cuacos se complacieron en desobedecer y contradecir a Carlos V. Nada de todo eso es comparable al culto que en la actualidad la Villa de Cuacos rinde a su Yuste y a la memoria del emperador Carlos. Bienvenido sea, pues, el monumento.