Yo no soy quién para anatematizar, aquí y ahora, las leyes consuetudinarias. El pueblo acostumbraba a sancionar los adulterios confesos con el "correl los campanílluh" o "campanillá". Dos o tres noches con dondolondones de cencerros. La juerga, antigua y libertina, estaba asegurada.

No sé sabe cómo, pero arribaron a calles y plazuelas con alevosía y nocturnidad. García Lorca lo cantó ya en uno de sus romances: "Con el alma de charol/vienen por la carretera.../Avanzan de dos en dos/a la ciudad de la fiesta./Un rumor de siemprevivas/invade las cartucheras". Repartieron vergajazos sin compasión. Epifanio Caletrío Iglesias, al que se le conocía vecinalmente como Ti Pifanio "Chiriguta", fue el que más recibió.

Le quitaron el cencerro y con él le machacaron todo el cuerpo. "-Me apiterarun la cabeza y no arrepararun loh mu jambrútuh -relataba- en jarrealmi jahta entri lah pátah, en lah mih partih. Dendi antócih tuvi atruená la cabeza". Eran épocas de tenebrosa dictadura, cuando las fuerzas vivas y sus escuadras de choque imponían la ley del ordeno y mando.

AHORA, la derecha vuelve a enseñar los colmillos. Regresa a las andadas. El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, está cocinando, con sus cómplices, la que se ha dado en llamar Ley de Seguridad Ciudadana, que contempla un severo recorte de libertades y derechos civiles. Y encima el ministro opusdeísta tiene la desvergüenza de afirmar que "hay que saber ejercer inteligentemente la autoridad". Cuenta este ministro, hijo de militar franquista y apodado "El Pato", con la bendición del pope y barbado Mariano, que se ha atrevido a decir cínicamente que tal ley "garantiza las libertades". Se jacta, además, el ciudadano Fernández de que ha llamado a guardias civiles y a policías, de los que pisan las calles, para que le echen una mano. Pero el Sindicato Unificado de Policía (SUP) refiere que con ellos no han contado.

Algunos ya hablan de "la ley de la patada en la boca". Y Julio Anguita ha exclamado con recia voz que "la reforma de la Ley supone la antesala del fascismo y del horror", añadiendo que "se está fraguando un golpe de Estado incruento y a cámara lenta". Hasta la asociación de jueces "Francisco de Vitoria" declara que el borrador de la Ley de Seguridad Ciudadana le recuerda a la "Ley de Vagos y Maleantes", aprobada en 1933 y vigente durante todo el franquismo.

Toda una coz en las conciencias democráticas del pueblo. Se quieren apoderar de las calles y demonizar las protesta de los ciudadanos, amenazándoles con multas de hasta 600.000 euros. Mucho cuidado con apretar tanto las clavijas, que ya decía el insigne poeta Johann W. Goethe que "quien al pueblo le exige deberes sin avenirse a concederle derechos, lo habrá de pagar caro".

DE LA LEY de Vagos y Maleantes pasamos a la ley de la patada en la puerta o Ley Corcuera, del ministro socialista José Luis Corcuera, recordado por sus muchos tics autoritarios y por ser gran amigo del, actualmente, multimillonario y socioliberal Felipe González. Hoy, este exministro, nacido en el burgalés Pradoluengo, frecuenta las tertulias radiotelevisivas y más les valía a las bases socialistas que lo retirasen de la circulación, igual que a Felipe y a otros dinosaurios, porque los votantes ya no se fían ni de sus sombras.

El pueblo tiene memoria y, al igual que se acuerdan de la Ley Corcuera, se acordarán de que muchos socialistas abuchearon y pitaron, en la reciente Conferencia Política celebrada por el PSOE, cuando Ramón Jáuregui intentó que comulgasen con las ruedas de molino de la Monarquía. Luego, a la primera de cambio, los diputados pesoístas apoyaron al PP en adjudicar a la Casa Real un grueso puñado de millones, con la falta que les hacen unas migajas a los cada vez más desheredados de este país ¿Para eso "han vuelto de nuevo", como gritan a los cuatro vientos?

A Ti Pifanio "Chiriguta" le abrieron la cabeza los fieles servidores de la dictadura. Ahora también las pelotas de goma dejan tuertas a algunas personas. ¿Acaso nos tendremos que embutir en armaduras ante la Ley que se avecina? Pero mucho nos tememos que el personal tragará con lo que le echen. Y es que, desgraciadamente, como decía Martín Luther King, "la verdadera tragedia de los pueblos no consiste en el grito de un gobierno autoritario, sino en el silencio de la gente".