Encontrar en España personas que hablen correctamente inglés, no es difícil, es un milagro casi se puede decir, tirando del humor nacional negro y castizo. Estamos en cuanto al dominio del inglés solo por delante de Turquía y Rusia, a la cola de Europa. Aunque hay indicios de que esto va cambiando lentamente, con sufrimiento, obligados como estamos por la crisis.

El sistema educativo cojea también de esa pata y es normal: el profesorado de escuelas de infantil, colegios, etc- es mayoritariamente español, y encaja en el modelo común antes citado. Los expertos están avisando hace tiempo: en la sociedad que viene ya de forma inmediata, las personas que no tengan una relación fluida con entornos informáticos y que no manejen como mínimo dos idiomas, uno de ellos el inglés, tendrán consideración de analfabetos funcionales y en un mundo globalizado sus capacidades de prosperar, crecer y adaptarse serán limitadas. Tendrán las alas cortadas.

¿Por qué? España tiene una industria del doblaje que es orgullo y estandarte de la TV y el cine, a la que con frecuencia loan. Esa industria tiene su origen en el afán de la dictadura franquista de controlar cualquier información, ideología o posicionamiento proveniente del exterior. Y tiene como actual consecuencia que todo lo que escuchan los niños y mayores en TV y cine esté traducido al español. Absolutamente todo. Nefasta consecuencia que en estos treinta y tantos años de democracia no se ha solucionado por inconsecuencia de los responsables. Hacemos lo contrario que los países comentados antes a los que les va mejor en este sentido, pues no traducen, subtitulan.

Y mientras las cosas sigan así, nuestra capacidad para desarrollar desde la infancia un oído hábil en discernir los fonemas y lexemas del inglés, su ritmo, de comprender ese idioma --o cualquier otro, aprender idiomas es un ejercicio que mejora con la práctica-- será muy baja, igual que nuestras posibilidades de aprender a hablarlo con soltura en algún momento de la vida.