TUtno de mis profesores, durante la adolescencia, solía hacerme la pregunta de si era feliz. Me inquietaba dar una respuesta. Según el estado de ánimo de cada momento, la respuesta podría ser una u otra, pero siempre terminaba contestando: "Sí". No sin ciertos reparos mentales.

Caras largas y tristes nos las encontramos a diario. Los muchos problemas cotidianos hacen que no veamos bien el conjunto de nuestra vida. Contestar la pregunta sobre nuestra felicidad no resulta fácil. Si comienzas las vacaciones, puede que no dudes en decir sí; si las estás terminando, la respuesta quizá no sea tan espontánea.

A veces los árboles nos impiden ver el bosque. El viernes compartí la alegría de unos amigos que vivían el nacimiento de su primer hijo. Los rostros de circunstancias de las largas horas previas, se tornaron en dicha, besos y lágrimas por el gozo del recién nacido. Se palpaba la dicha que todos sentían en ese momento. Indescriptible era la cara del abuelo al sostener en brazos a su nieto por primera vez. Por mucho que digan que cuando son pequeños te los comerías y cuando crecen te arrepientes de no habértelos comido, no es cierto. No hay empresa más bella y prolongada que educar a un hijo. El gozo que se siente por su nacimiento no se olvida y hace vivir con esperanza toda su vida.

La clave de la felicidad no es centrarse en cada momento por muy feliz que sea, sino en verlo con la perspectiva de futuro, verlo con esperanza. Toda España ha estado en fiesta este fin de semana celebrando la Asunción. Aunque no todos lo vivieran desde un sentimiento religioso, quienes lo hacían desde la perspectiva del destino final de la Virgen llevada al cielo, pueden decir con mayor seguridad: "Soy feliz". ¡Qué envidiables los que viven con esperanza su vida, sea por su fe o porque han descubierto el sentido claro de su existencia!