No hace mucho se dejó llevar por su espíritu emprendedor y tomó en alquiler un local. Sobre la puerta puso un letrero intermitente: La Lengua de Miel. De lejos no se sabía si el lugar era un espacio para la mística oriental o una casa de lenocinio; sin embargo, al aproximarse podía leerse una inscripción en letra muy pequeña: Academia de retórica y poética. Adquiera aquí las herramientas imprescindibles para ser consejero, ministra, presidente, reina... y asesora o asesor de toda persona pública. En los mismos términos increpó, a través de las redes sociales, a quienes tuviesen interés por el tema para que pasaran por La Lengua de Miel.

Su llamada fue un éxito. Ante un polideportivo hasta la bandera, Silvestre inició un discurso contando una anécdota: "en cierta ocasión, los espartanos no eran capaces de vencer a los mesenios, así que pidieron un general a los atenienses, quienes, en plan de burla, les cedieron a Tirteo, un maestro de escuela cojo y poeta. Algún tiempo después Esparta obtuvo la victoria sobre Mesenia".

Luego de la anécdota, el señor Meñique dio a su discurso forma de mandamientos: No prometas... si no es a sabiendas de que profieres mentiras. Cuídate de usar argumentos mostrencos. Verbigracia: "y usted, más".

No le mientes a nadie aquello de "usted no tiene autoridad moral"; cuanto más te agaches más se te ve el culo.

Olvida frases como "somos un referente" o "somos pioneros"; expresiones que provocan ese sentimiento tan solidario como ridículo que es la vergüenza ajena.

No muestres tu nómina; quien te ve, lee en tu pensamiento: "y esto es solo la mitad... pero, jódanse, ¿acaso no querían verla?" Da descanso a tu lengua el sábado- y el domingo. (No resultes cansino).

De vuelta a casa, Silvestre Meñique fue recordando que el poeta Tirteo, el maestro cojo, incluía entre las excelencias de la persona el poseer una lengua de miel.