En los últimos días se ha vuelto a hablar de la necesidad de crear un Colegio Profesional para aglutinar a los profesionales de la comunicación. Esto no es algo nuevo, cada cierto tiempo aparecen grupos de profesionales defendiendo a capa y espada la necesidad de este organismo, por dignificar la profesión dicen, o para evitar intrusismo aseveran.

Todos estos intentos han ido fracasando, y lo seguirán haciendo si no se tiene en cuenta las particularidades de la profesión. El periodismo y la comunicación tienen mucho más de vocación, sobre todo en lo que se refiere a tareas de campo, que de cualquier otra cosa. Las leyes y la teoría de materiales se estudian en la universidad, y sin esos conocimientos no se puede ejercer el derecho o la arquitectura, pero ¿acaso no escribimos desde la escuela? No entiendo la historia de los medios en España sin gente como Luis del Olmo, Carlos Herrera, Ana Blanco, Carles Francino o El Gran Wyoming, de cuyas paredes no cuelga ningún título en periodismo, pero con una ética sobradamente demostrada.

Y no triunfarán porque estos intentos de grupos de presión siempre han partido de una idea: limitar el periodismo al licenciado, acotando así la competencia. Los periodistas debemos estar en contra de que unos cuantos intenten limitar administrativamente lo que quizá no puedan hacer con la calidad y profesionalidad de sus trabajos.

Ahora bien, dejemos de lado la idea de limitar y centrémonos en dignificar la profesión, luchar contra las prácticas abusivas de empresas y medios, estandarizar salarios y condiciones laborales, y establecer un código deontológico único. Así le daremos oxígeno a una profesión asfixiada.

La creación de un Colegio Profesional inquisidor me hace mirar hacia la SGAE, y lo que durante años fue: un cortijo de mediocres, con mucho tiempo libre. Y eso si me hace temer por el periodismo, no tener en frente a gente que, aunque sin título, ama la profesión tanto o más que yo.