TLtos árboles forman un patrimonio que nos une a todos los humanos, por encima de fronteras, clases sociales o cualquier criterio segregacionista. Es un bien común y sus innumerables beneficios repercuten en todos los seres vivientes. ¿Quién puede planear su destrucción? Respondió a esta pregunta Robert Kennedy Jr., en el congreso de Amigos de los Arboles celebrado en Cáceres, -Cada vez que veáis una industria contaminante, una acción que claramente destruye la naturaleza, significa que estás ante un caso donde la democracia está de rodillas-. Los intereses de un puñado de personas pueden hacer fácilmente que los poderes públicos dejen de cumplir su cometido de defender el bien común y, aún en contra de la opinión publica, actúen a favor de esa oligarquía dominante que nadie ha elegido.

No se debe apoyar a ningún moviendo violento, pero no se puede consentir que en una ciudad de más de 13 millones de habitantes como Estambul se destruya uno de los últimos parques del centro de la megalópolis para construir un mamotreto de centro comercial.

No sería el único caso en que la defensa de un parque traería aires de libertad a un país. Wangari Maathai, la llamada Mujer-árbol y premio Nobel de la Paz, dedicó su vida a plantar árboles y a la regeneración de los bosques de Kenia. Organizó grupos de mujeres de zonas rurales para que plantaran árboles.

Gracias a su tesón, logró mejorar las condiciones de vida de estas mujeres. Se enfrentó al proyecto del dictador Daniel Arap Moi, de construir un centro de negocios en el Parque Uhuru de la capital, mediante una campaña de información a sus inversores extranjeros. Aunque casi le costó la vida en un enfrentamiento con la policía, al final salió victoriosa y su triunfo hizo resquebrajar el poder del dictador, lo que facilitó la apertura democrática de su país. Como ella mismo dijo: Cuando plantamos árboles, plantamos semillas para la paz y para la esperanza. Lo contrario, cortar árboles, es contribuir al lento suicidio de la humanidad.