La villa extremeña de Monroy celebra cada 2 de febrero la típica fiesta de Las Purificás. Tanto la celebración en sí --preciosa estampa que muestra ostensiblemente el sentimiento religioso de Monroy-- como las coplas que cantan Las Purificás, resultan de máximo interés. La fiesta de Las Candelas es inmemorial en la villa de Monroy y cada año se celebra con mayor entusiasmo y fervor si cabe.

Aunque no existe testimonio escrito sobre sus orígenes, todos los indicios se remontan a la Edad Media, ya que los expertos que han analizado las coplas aseguran que datan del Medievo, igual que el son de la pandereta árabe. Asimismo, existen libros de cuentas de la cofradía de la Virgen del Rosario --concretamente el libro segundo-- que revelan como esta fiesta está ligada desde el año 1700. No se conserva el primero, donde figura la fiesta como tal, con la rifa benéfica y la anterior solvencia de la cofradía. No obstante, desde sus orígenes conocidos, esta fiesta nunca ha dejado de celebrarse. Ni por guerra o epidemias ni por cualquier otro mal que el pueblo padeciera.

Las Purificás, cuatro jóvenes elegidas por la mayordoma de la Virgen del Rosario, interpretan 25 coplas alusivas a la purificación de la Virgen. Van ataviadas con el traje típico local, integrado por refajo de bayeta encarnada, bordado primorosamente en blanco y plisado, jubón negro con remate de encaje blanco y tocado con pañuelo de raso blanco, airosamente suelto. A eso añaden un precioso mantón de manila cogido atrás, medias blancas de hilo y zapatos negros. Un vistoso atuendo que les hace lucir valiosas gargantillas y aderezos.

El resto de jóvenes, que llevan tres roscas de piñonate donadas cada año por tres familias devotas, se adornan también con el mismo traje y preceden a Las Purificás en la procesión que hacen con la Virgen, mientras las mismas cantan las coplas. Igualmente, una de Las Purificás acompaña la canción con golpes ininterrumpidos de pandereta e inicia y canta las dos primeras coplas. A coro cantan las otras tres y a ello se suma el sonido de la pandereta, que da al sonsonete un aire ancestral.

Posteriormente, Las Purificás entran en la iglesia parroquial sin ser vistas por los fieles, porque lo hacen comenzada ya la misa, quedándose entre la puerta y la cancela. Aquí inician el canto, oyéndose las voces en la lejanía, debido el efecto de las puertas cerradas. En ese momento se abre la cancela y aparecen Las Purificás.

Niños y mayores las miran, tan curiosos como con las ricas roscas. Las Purificás siguen cantando y al llegar a las pilas de agua bendita, que están colocadas a uno y otro lado del arco central de la bóveda del coro, hacen uso de este sacramental. Allí se arrodillan cantando a las plantas de la Virgen y lograda la venia de la Divina Señora y del párroco, inician la exposición del misterio hasta llegar al altar mayor. Las coplas no cesan y el párroco se levanta para tomar al Divino Niño en sus brazos y dejarlo en el altar, quedando también, al lado del evangelio, las roscas para su exhibición y para que descansen las jóvenes que las llevan. Con anterioridad tiene lugar la procesión por el exterior del templo con velas encendidas.

La fiesta es un rito de la purificación de la Virgen, que tras ser madre acude al templo a presentar a su hijo cumpliendo la ley de Moisés. Por eso, en Monroy el día 2 de febrero es especial: acoge uno de los más notables y ancestrales ritos de la tradición popular extremeña.