San Blas se lució ayer, ayudado por el sol y el buen tiempo, durante una jornada festiva por todo lo alto en la que los montehermoseños salieron a la calle para arropar al santo y mostrarle la devoción y admiración que le profesan. Todo ello durante una de las celebraciones más atractivas del Valle del Alagón: Los Negritos. Tras varios siglos de vida y con el orgullo durante diez años de estar declarada de Interés Turístico Regional, esta fiesta volvió a brillar ante numeroso público.

Sobre las once y media de la mañana, la ermita de San Bartolomé se abarrotó de fieles para escuchar al sacerdote, José Manuel Hernández, recién llegado de Robledillo de Gata, en su primera misa por san Blas. Entre los asistentes, sentada en el primer banco de la iglesia y a pocos metros de la imagen del santo se encontraba una de las protagonistas del día, Amparo Domínguez Iglesias, que a sus 84 años tuvo el privilegio ayer de ejercer de mayordoma en su pueblo natal. "Es por una promesa en honor a mi marido que falleció hace 23 años", comentó esta montehermoseña, arropada por algunos de sus 8 hijos, 16 nietos y 9 biznietos. "Es un día de mucha alegría porque le tengo mucha devoción al santo", añadió.

Para esta ocasión, la mayordoma se ha encargado de preparar los tradicionales cordones de colores que según la leyenda protegen la garganta de las personas que lo llevan. "Tenemos 7.000 metros de cordón, de los que salen 12.000 cordones a la venta", dijo la mayordoma, quien también se ha responsabilizado, con el apoyo de sus familiares, de la preparación del convite de dulces --buñuelos, perrunillas y mantecados, entre otros--.

Tras celebrarse la misa, los Negritos recibieron al santo en la puerta de la ermita para arroparlo durante la procesión hasta la plaza frente al ayuntamiento, donde se representaron las 17 danzas que cada año encandilan a numerosas personas. Unas danzas acompañadas también por el palotero y animadas por el tamborilero. De esta manera, los Negritos volvieron a bailar rememorando así una leyenda que tiene su origen en una familia humilde que cada día de San Blas se acercaba a Montehermoso a pedir limosna después de bailar para los vecinos. Cada vez interpretaban una danza distinta, hasta que, tras 17 años, temerosos de que los vecinos ya se cansaran de darles limosna, decidieron tiznarse la cara para no ser reconocidos y así hacerse pasar por otra familia.