Apenas podía ver, tan sólo vislumbraba un halo de luz, que convertía su estancia en algo cómodo. Aunque pasaba las noches pensando dónde se encontraba, bajo el ritmo de una balada interminable y de un traqueteo de lo más relajante, no consiguió ubicarse en ningún momento. Era la hora de comer, advirtió tras notar que la tubería central de la habitación empezó a temblar de forma sutil. Se acomodó, mientras intentaba no molestar el flujo de alimentos que transportaba aquella extraña tubería, ya que sabía perfectamente que su vida dependía de ello.

Paz, es lo que sentía allí, por ello eligió largo tiempo atrás no volver a preguntarse el porqué de su existencia, ni origen de esa extraña habitación, aunque sabía que tarde o temprano, debería de encontrar respuestas. Aquella noche le costaba dormir, sentía la extraña sensación de que todo se acababa, que pronto sus preguntas encontrarían respuestas. Durante largos minutos escuchó fuertes estruendos, parecían proceder del exterior, hasta que por fin, las puertas se abrieron. Una luz le obligó a cerrar sus pequeños ojos. Unas grandes manos le ayudaron a salir. El milagro de la vida, lo llaman.

*El autor del artículo es Javier Barquilla.