TLta otra mañana te dio por pensar. En lugar de hacer lo que debieras, pongamos por caso: trabajar, vas y te pones a pensar. Pensar por pensar te lleva al recuerdo de frases que leíste alguna vez y se te incrustaron en la memoria y, al recordarlas, brillan o se iluminan como cenizas que se avivan.

Es una suerte, piensas, que te quede algo en el recuerdo; aunque sólo sean fragmentos nimios como pavesas, o mojicas, que decimos en tu pueblo, de bibliotecas enteras leídas, de milenios de cultura. ¡Qué palabras! ¡Dios! Debe ser verdad que las palabras son los adobes (¿cenizas?) del pensamiento. "Tendríamos que dejar de pensar si no lo hiciéramos con palabras", escribió José María Valverde al hablar haciendo referencia a Friederich Nietzsche en su libro Vida y Muerte de las Ideas , dejando claro que no hay pensamiento sin palabras. Tú no vas a entrar a discutirlo, porque sabes bien que para explicar lo que piensas tienes que escribirlo; y no hay escritura sin palabras.

Te parece que no sería muy aceptado presumir, hoy, de que piensas en una lengua u otra. Y, menos aún, que lo haces en este o aquel Dios, o en su contra; o simplemente sin Dioses. Por todo eso, crees que es más prudente "pensar por pensar"; porque como dijera hace más de 2300 años un tal Eurípides por boca del Mensajero en su obra titulada Las Bacantes , dirigiéndose al coro "a la ciudad de Tebas: Ser prudente y respetar las cosas divinas es lo mejor. Es la más prudente cosa de que se pueden servir los mortales".

Por último es llamativo que un mensajero ofrezca explicaciones sobre la noticia que transmite. Más que ahuyentar la idea de matar al mensajero, portador de malas noticias, tú prefieres pensar que es mera forma de quitar hierro a la noticia horrenda que acaba de dar hace breves momentos: Agave ha descuartizado a su hijo, el rey Penteo, gracias a la fuerza de Dionisos; y ciega de FE o furor divino, cree llevar entre sus manos la cabeza de un león, cuando lo que sujeta de verdad es el rostro de su propio hijo, el rey Penteo.