Los siglos y sus años no han logrado desvelar el misterio: cada Carnaval, los villanovenses dejan de serlo y se convierten en peropaleros . La fiesta comienza cuando la cabeza de un muñeco, que representa a un judío traidor, sale del olvido y se la cose a un palo que hace las veces de cuerpo. Cada año la gente se pregunta ¿Quién fue Peropalo? En realidad, no importa. Nadie sabe quién fue, pero lo cierto es que ha promovido una tradición, un rito que es importante por si mismo y que comienza cuando rompen a sonar los tambores, presentes en casi todas las actividades que forman la fiesta y en la que todos a uno gritan: ¡Muerte al traidor! ¡El violador a la hoguera!.

A la hora de hacer historia, señalar que Villanueva de la Vera se formó con la unión de cuatro aldeas pertenecientes al señorío de Valverde: Mesa, Curuela, Salobrar y San Antón. Su devenir histórico la colocó durante la reconquista en manos de Plasencia, y más tarde en las de Nuño Pérez de Monroy, abad de Santander y señor de Valverde. A mitad del siglo XV su titularidad la ostenta la poderosa familia de los Zúñiga hasta que a mediados del siglo XVII, Villanueva de la Vera compra su independencia por 3.500 ducados al conde de Nieva.

POBLADO DESDE MUY ANTIGUO

Esta localidad eminentemente verata se alza en un territorio que estuvo poblado desde muy antiguo, así lo atestiguan algunos monumentos megalíticos, como un castro amurallado levantado en el cerro Castrejón. Es Conjunto Histórico Artístico por su bellísima arquitectura popular. Calles típicas que se estructuran en torno a dos plazas: la Mayor y la de la Iglesia que están unidas por la calle Francisco Pizarro. Las plazas cuentan en el centro con la fuente verata, con un gran pilón circular de piedra que lleva en el medio una elevación prismática que termina en una esfera de la que salen cuatro caños de agua permanente. Sus vías son un buen ejemplo de esta arquitectura típica: estrechas, casas con arquitrabes, pronunciados salientes y solanas amplias y corridas, y en las que en la parte baja aparece el soportal y algunas estancias destinadas a despensas o almacenes y cocina. En la segunda, más noble, están las habitaciones.

De su arquitectura religiosa, resaltar la parroquia del siglo XV, en el barrio del Cerro, y tres ermitas del siglo XVI: la de los Santos Justo y Pastor, La de Los Mártires y la de San Antón.

No menos interesantes son sus alrededores. Sobresalen las dos gargantas que atraviesan el término. Sorprenden con una cascada de casi 70 metros de altura el Chorro de la Ventera, en la garganta de Minchones, y la Cascada del Diablo en la de Gualtaminos.