Esta localidad cacereña descansa sobre terrenos de relieve alomado, con ausencia de cambios de altitud apreciables, y con algunas sinuosidades en la confluencia de los ríos Tamuja y Magasca que presentan cierto encajonamiento, muy propio de estas tierras de la penillanura trujillana. Tiempo mediterráneo y suave, suelos de arena y arcilla.

Santa Marta ha mantenido un crecimiento regular y continuado hasta mediados del pasado siglo, cuando alcanzó su techo demográfico, hasta que fue azotada con virulencia por la emigración. Un dato: en 1950 la población llegó a tener hasta 1.253 habitantes. Hoy no pasa de los 400.

En las afueras se sitúa el templo, que ha sido rehabilitado. Se trata de un edificio de mampostería, con nave única y presbiterio, que corresponde al siglo XVI con posteriores añadidos. La población ha construido otro edificio para el culto donde se han instalado algunos elementos del edificio original como el púlpito de granito, la imagen de San Nicolás y una imagen de un crucificado, ambas del siglo XVII. La plaza está presidida por un sencillo rollo jurisdiccional del XVI, que presenta un blasón de los Loaysa.

UN LINAJE NOBLE

Precisamente, Loaysa fue marqués de Santa Marta, un personaje destacado de la aristocracia extremeña. El título le fue concedido a este capitán de navío por el rey Felipe V. El poder de esta familia trujillana se vio aumentado a finales del siglo XVIII, cuando se produjo el matrimonio de la marquesa de Santa Marta, Asunción de las Casas y Mendoza, con el Conde Torrearias, del poderoso linaje cacereño de los Golfines.

A principios del siglo XIX, siguiendo las normas de las grandes casas nobiliarias, la familia se traslada a Madrid, aunque sigue teniendo en Cáceres el palacio de los Golfines de Abajo. En la segunda mitad del XIX, el patrimonio territorial del marqués de Santa Marta era el más importante de Cáceres, el tercero extremeño y el duodécimo de España.

Santa Marta tiene una gran tradición en la creación de alfombras artesanas, y de hecho cuenta con una fábrica. La caza menor es uno de sus grandes atractivos. Los alrededores ofrecen la posibilidad de realizar rutas en coche, algunas de largo recorrido, visitar los hábitats más representativos y observar numerosas aves.

Para ello hay que salir de Cáceres por la N-521, coger el cruce a Santa Marta y cruzar los riberos del río Tamuja. En este tramo es posible ver avutardas, sisones, avefrías, cigüeñas blancas y garcillas bueyeras. Dejando el espacio protegido y continuando hasta Monroy, la ruta sigue por la N-523 hasta cruzar los riberos del Almonte, justo en la unión con el Tamuja, para volver a Cáceres.