Llegó a la medicina por vocación y al mundo de los trasplantes por la pasión que le transmitió una enfermera incansable que trabajó en la coordinadora regional desde sus inicios: Julia del Viejo. «Julita era una persona convencida, con una pasión desmedida que le llevó a trabajar hasta el último de sus días. Y esa pasión se me fue pegando», cuenta Luis López. Nació en Albacete hace 54 años, a los 12 años se trasladó a Sevilla pero se siente extremeño. «Llevo aquí 28 años, desde que vine a hacer la residencia en el año 90». Médico intensivista en la UCI del complejo hospitalario de Badajoz, López cumplirá este 2019 cinco años al frente de la Coordinadora Regional de Trasplantes, cuya actividad en 2018 ha dejado datos históricos: cien trasplantes (69 renales y 31 hepáticos) y un 38% más de donantes.

-¿Qué suponen esas cifras?

-Son muy positivas y un logro coletivo de toda la sociedad. El programa de donación y trasplantes ha tenido en el último año unos datos récords porque ha habido 69 donantes de órganos, 41 en Cáceres, 27 en Badajoz y 1 en Mérida. Eso ha supuesto una tasa de donación en Extremadura de 64,5 donantes por millón de población mientras la media de España es de 48. Estamos por encima de la tasa nacional y además España es el país del mundo con mayor tasa de donantes. Son datos muy buenos y eso ha supuesto bastantes trasplantes.

-Porque sin donantes de órganos, no hay trasplantes...

-Esa es la máxima del modelo español y por eso es tan peculiar. Basa el éxito del trasplante en el donante y pone todo su acento ahí. Otros países como los anglosajones, donde ponen su máxima atención en el trasplante y en los procesos quirúrgicos, no tienen ese éxito.

-¿Y qué ocurre en Extremadura? ¿Por qué se supera tan ampliamente la media de España?

-No venimos de esta situación. Hace seis o siete años no era así, teníamos unas tasas de donación muy inferiores a la media nacional, pero en los últimos años ha tenido mucho que ver el decreto regional sobre la Red de Trasplantes, en el que hemos puesto negro sobre blanco sobre la estructura que teníamos. Eso se acompañó de otras medidas: coordinadores de trasplantes, divulgación y formación de los profesionales sanitarios... y ha redundado en que hemos tenido muchos donantes. Es fruto de una estrategia que pusimos en marcha hace 5 años y que no era más que trasladar lo que se hacía a nivel nacional, con nuestras peculiaridades.

-¿Y cuáles son nuestras peculiaridades en este sentido?

-La sociedad en general está muy preparada para asumir que al igual que aceptaríamos tener un trasplante, deberíamos de ser donantes cuando no nos hace falta. Nuestra peculiaridad es que teníamos que poner en marcha una red de coordinadores atendiendo a una densidad de población muy baja, donde poner un programa de donación en asistolia era complicado porque las distancias son muy grandes y los tiempos tienen que ser muy cortos. Hemos intentado trasladar a todos los hospitales esas peculiaridades de forma que se pueda ejercer el derecho a la donación en cualquier hospital de la región y eso antes no pasaba.

-¿Tienen coordinador de trasplantes todos los hospitales?

-Todos los que tienen UCI. Los acreditados para la extracción de órganos son el de Mérida, el de Cáceres y el de Badajoz y para trasplantes solo el de Badajoz. Y después tenemos como hospitales detectores el de Plasencia, el de Don Benito-Villanueva y el de Llerena-Zafra, donde hay coordinadores de trasplantes que cuando tienen un paciente que puede ser donante, contacta con la familia e investiga la voluntad de la persona sobre la posibilidad de donar. Probablemente antes, como sanitarios, a lo mejor no éramos capaces de saber explicar en esos momentos tan delicados y en eso nos hemos ido formando.

-¿Cómo se plantea el momento de hablar con la familia tras una muerte?

-El planteamiento es de una relación de ayuda. Pedir la donación a la familia es complicado. Lo primero que esperamos es que asuma ese fallecimiento y empiece su duelo y, siempre desde una relación de ayuda, le planteamos si había voluntad de donar, investigamos con ellos cómo era la persona fallecida. Generalmente, cuando la familia se pone en el lugar de esa persona suele haber donación.

-¿Qué le preocupa en ese momento?

-Nos preguntan dudas, por ejemplo, si el cadáver quedará desarmado. Les decimos que no, les explicamos cómo es la operación, les intentamos acompañar todo el tiempo. Por ley la familia no puede saber a quién van esos órganos, pero sí le podemos decir cómo ha ido el trasplante. Y es importante porque aunque no hay consuelo, la gran mayoría nos dice que cuando ha superado un poco el duelo, pensar que parte de su familiar vive en otro le sirve de mucho.

-¿Todo es más fácil si el donante expresó en vida su voluntad?

-No hace falta que lo exprese por escrito, basta con que se lo diga a algún familiar. No hace falta tener un carnet, si lo tienes pues mejor, pero sí es importante decir qué haría uno. Tenemos una base de datos en el que hay inscritas entre 25.000 y 30.000 personas.

-Con esos buenos datos de 2018, ¿ha tocado techo en la región?

-No hay que conformarse, venimos de una situación mala y no hemos hecho nada más que empezar. Tenemos tres objetivos a corto plazo: conseguir que el Hospital de Mérida tenga cifras de donantes acordes al volumen de pacientes; afrontar nuevos programas como la donación en asistolia extrahospitalaria, lo que se llama asistolia no controlada en Badajoz, en Cáceres ya existe; y poner en marcha el trasplante renal de donante vivo porque es una necesidad para el paciente joven que necesita también un riñón joven.

-¿Cuándo se pondrán en marcha?

-Esperamos que en los próximos meses podamos tener el primer paciente trasplantado de un donante vivo en Extremadura. Este programa tiene una peculiaridad y es que el órgano procede de una persona viva y sana y eso supone que los riesgos tienen que ser mínimos. Se extrae el riñón con laparoscopia y eso requiere experiencia muy concreta. Nuestros profesionales ya se están formando en el Clínico de Barcelona y el programa se va a tutorizar por un equipo de ese hospital que lleva el doctor Antonio Alcaraz, un urólogo con una amplísima experiencia.

-¿Hay posibilidad de realizar trasplantes de otros órganos?

-A corto plazo no. Cuando se autoriza un servicio de trasplantes se necesita un requisito de ratio de pacientes y de experiencia que hoy no tenemos. Atomizar la asistencia sanitaria es un riesgo porque ponemos intervenciones muy delicadas en manos que a lo mejor no tienen la suficiente experiencia.

-El consejero de Sanidad habla de un descenso de las donanciones de sangre, ¿se ha visto comprometido algún trasplante por ello?

-No. La comunidad tiene reservas de sangre suficientes, pero hay momentos puntuales en que hay pocas bolsas en el banco. De todas formas eso no ha impedido realizar ningún trasplante, pero aquí habría que ser más alarmista: un hospital no puede funcionar si no tiene sangre. La donación de sangre debe ser un mensaje continuo.

-También es vital el tiempo en este tipo de intervenciones...

-El proceso comienza cuando se detecta un donante y termina cuando se trasplanta el último órgano extraído y todo eso puede durar 24 o 36 horas como máximo. En todo el proceso intervienen en torno a cien personas, sanitarios y no sanitarios, es muy complejo porque se trabaja a contrarreloj. Un riñón aguanta unas 24 horas, pero el hígado y el corazón mucho menos, entre cuatro y seis horas.

-¿Y cuánto puede llegar a vivir en su nuevo cuerpo?

-La duración del trasplante ha mejorado muchísimo. Hay pacientes trasplantados de riñón desde hace 40 años y trasplantes hepáticos con 15 y 20 años. El trasplante es una solución al paciente que tiene una enfermedad terminal pero una solución además a largo plazo.

-¿Cuántas personas esperan un trasplante en la región?

-A finales del año pasado había 73 personas esperando un trasplante renal y 10 uno hígado.

-¿Qué siente un médico que está devolviendo la vida a alguien?

-El médico de la UCI tiene que bregar con la muerte constantemente y eso es muchas veces muy frustrante, porque la muerte se considera un fracaso y el trasplante no es más que darle sentido a ese fracaso. Conseguir que dentro de la muerte haya vida es una realización personal y profesional, algo que nos tiene bastante enganchados a los que estamos metidos en esto. Los buenos datos son transitorios, te alegra ver que la sociedad se contagia de esa necesidad pero la satisfacción más grande es cuando una persona trasplantada te da las gracias porque tiene otra vida o cuando una familia que ha perdido a un ser querido te dice al cabo de los meses que la donación le produjo un consuelo que de otra forma no tendría.