El olor a incienso y a la cera de las velas ha ido dejando paso estos últimos días a otro bien diferente, que invitaba a la algarabía, al cante y al baile en la plaza Mayor, como se ha hecho toda la vida. Y es que ayer en el ambiente se respiraba la fiesta, la que lleva impresa el Chíviri que, una vez más, desplegando sus encantos ante cerca de 12.000 personas llegadas de todos los puntos de la región y fuera de ella. Con este punto final, Trujillo ponía ayer el broche a su Semana Santa, donde el color, el sonido y el sabor fueron los sentidos dominantes en esta Fiesta de Interés Turístico Regional. La orquesta supo mantener a los presentes animados durante horas con los temas más típicos, donde no faltó, en numerosas ocasiones, el estribillo del himno de este día que dice: «Trujillo por las Pascuas yo no sé lo que parece. Ay, chíviri, chíviri, chíviri, ay, chíviri, chíviri, chon». Una letra que fue coreada por buena parte de los presentes, así como el ‘Rafael de mi vida’, otro de los clásicos.

SENTIMIENTO / Y es que el sentimiento de júbilo que viven los trujillanos cuando llega el Domingo de Resurrección va más allá, siendo «algo que se interioriza desde niño, porque es uno de los momentos más importantes del año para nosotros». Lo cuenta Rocío Ramos, una trujillana que viste corpiño y refajo amarillo con el picado en negro, y que lleva en un carrito a un bebé de un año y medio, vestido con la chambra y el pañuelo rojo, típico de los hombres en este día. Esa pasión que siente el que vive desde dentro una fiesta tan genuina, es fácilmente contagiada a los que acuden de fuera. Tanto es así, que Arnold Schmidt, un joven del norte de Alemania de Erasmus en Badajoz, y comparte piso con un trujillano, asegura que no ha vivido «en ningún otro lugar una fiesta tan intensa como la de Trujillo». Y lo explica mientras sujeta un vaso de vino y un trozo de empanada. Porque en el Chíviri se ríe, se baila, se canta, pero sobre todo se come y se bebe. Llegada la tarde, sin incidencias reseñables, la fiesta en la plaza se fue trasladando a los bares de las calles aledañas, mientras se pasó el testigo a los servicios de limpieza, que poco a poco fueron devolviendo a la plaza Mayor su aspecto habitual.