Erase una vez un Cristo de autor anónimo, de la escuela castellana de finales del siglo XVII. Esta imagen recibió durante cientos de años el cariño del pueblo de Granadilla, que lo contemplaba siempre con la cruz a cuestas, doblado por el peso, caído en tierra. Un día las aguas del nuevo pantano de Gabriel y Galán cercaron el pueblo. Se fueron sus habitantes, se extinguió la parroquia, se cerró su iglesia... Aquel nazareno pasó sus días en la soledad de un almacén de la concatedral de Santa María, en Cáceres, hasta que un reconocido cofrade e historiador, Serafín Martín Nieto, advirtió de su existencia al mayordomo de la hermandad de los Ramos, José Manuel Martín-Cisneros. Y se hizo la luz para esta talla, hoy un paso esencial de la Semana Santa. Es el Señor del Perdón del Martes Santo cacereño.

Existe otra historia de un Cristo barroco. Corría el año 1671 cuando el licenciado y escribano Diego Durán de Figueroa, a la postre organista de San Mateo, trajo a la villa de Cáceres, se cree que de algún taller de imaginería de la zona de Salamanca, una cabeza y posiblemente las manos de un Santo Cristo. El libro publicado por Manolo Floriano fecha el 3 de abril de 1672 la llegada de aquella imagen a la ermita del Amparo, donde permaneció casi 300 años sin salir al exterior. En 1989, un grupo de cofrades entusiastas y devotos del ya conocido como Cristo del Amparo fundaron la hermandad. Desde 1990 sale en procesión al filo de la medianoche, como un nazareno de cuerpo entero. Miles de personas escoltan su largo camino hacia San Mateo. Es el Señor del Amparo del Martes Santo cacereño.

El Perdón y el Amparo, referencias centenarias de la jornada más recogida de la Semana Santa. Dos ejemplos de cómo las cofradías cacereñas han sabido valorar, restaurar y venerar antiguas imágenes hasta formar la colección de imaginería más antigua que procesiona por España. Anoche, los hermanos volvieron a dignificar ambas tallas.

El Perdón salió de San Juan al anochecer en estación de penitencia con una novedad a cada paso. La imagen, que tras su primera restauración en el año 2000 procesionaba como cautivo, lo hizo ayer, tras una nueva intervención, representando el momento en que Jesús recibe la cruz. Este nuevo elemento ha sido incorporado al paso con un tamaño aproximado al que debió tener en la realidad (2,80 metros), con un escorzo que imprime aún más realismo a la escena. «El resultado es excepcional, posiblemente será su iconografía definitiva», comentó ayer José Manuel Martín-Cisneros, mayordomo de honor de la hermandad y camarero del paso, al que le une un fuerte vínculo desde que lo viera en aquel almacén de Santa María.

HACIA LOS CONVENTOS / La imagen, que además estrenó túnica de lino blanco y corona de espinas del campo extremeño, sobre extraordinarias andas de nogal de 1949 y una delicada ornamentación con claveles, liliums, aspidistras, helechos, palmas y liatris, también modificó anoche el trayecto y el sentido de su itinerario. Si hasta ahora bajaba a la Audiencia para liberar a un preso (la dificultad de encontrar un reo que cumpla las condiciones ha complicado este rito en los últimos años), anoche recorrió los tres conventos de clausura de la ciudad, llegando al corazón intramuros: Santa Clara, las Jerónimas y San Pablo. Las religiosas se mostraron muy ilusionadas y rezaron tres estaciones del vía crucis en el que se convirtió la procesión. «Lo hacemos en apoyo a los cristianos perseguidos en distintos rincones del mundo, cada estación es un recordatorio de los que sufren: los cristianos coptos, las niñas secuestradas de Boko Haram... Queremos sumarnos a este mensaje», explicó Luis Manuel Rodríguez, mayordomo actual de los Ramos.

Desde hace años, la procesión del Perdón solo lleva el sonido de las matracas al detener o reiniciar la marcha. Ayer prescindió incluso de las horquillas de los hermanos de carga. Es el recogimiento del Martes Santo. Pero sí estrenó el acompañamiento de un conjunto del conservatorio que interpretó música de capilla delante del paso, una aportación muy valorada por el público.

Y a las once de la noche, el Cristo del Amparo inició su lento descenso desde su ermita en la Montaña. Cuentan los cofrades que esta procesión se convierte en un acto de religiosidad íntimo entre el hermano de carga y el nazareno que llevan sobre sus hombros, un sentimiento que se traslada al público, que enmudece las calles. La comitiva, negra y nazarena, marchó con promesa de silencio, con un solo timbal destemplado. Miles de personas fueron testigos de su paso por San Marquino, Concejo, Caleros y Santiago hasta el último tramo, ya de madrugada, ya más solitario, por Santa María y los adarves hasta entrar en San Mateo con el Adagio de Albinoni.

No hay cofradía más austera que el Amparo. Una colecta entre los hermanos ha hecho posible este año la restauración del rostro y las manos de la imagen. Incluso la procesión discurre como un sencillo acto de fe con la lectura del Sermón de las Siete Palabras. Una sobria túnica de las monjas clarisas, sin bordados ni otros ornamentos salvo un cíngulo franciscano, visten a este nazareno que a sus pies solo lleva flores silvestres: tomillo, brezo, escobas, jara, lilas y jazmines que los hermanos recogen al amanecer, y que anoche llevaron a las calles los aromas del campo cacereño.