THte arrancado la hoja del calendario, la primera del año que ha ido a parar al contenedor de papel para reciclaje. Se fue enero en un plis plas y ya agotamos los primeros ocho días de febrero. Con el miedo en el cuerpo por el anunciado empeoramiento de la crisis iniciamos 2009 ansiando que llegara 2010, que se nos vende como un tiempo para la esperanza. Lejos lo veíamos pero, casi sin darnos cuenta, estamos a mes y medio del inicio de la primavera. Dicho así parece que el tiempo corre más pero es tan solo el deseo de que las cosas malas que tienen que ocurrir pasen tan rápidas que no nos demos cuenta, que apenas nos rocen y lleguemos al año de la esperanza, como mucho, con leves heridas. Escribo en plural pero es de mí de quien hablo. Soy yo la que quiero que pase este año sin rozarme, la que veré pasar los días con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados atisbando entre los dedos de la mano, como cuando suena in crescendo la música en una película de miedo, parapetada para que no me salte la casquería.

Ahora llega el carnaval, luego vendrá la Semana Santa y a continuación, ya en mayo, en las empresas comenzarán a planificarse los turnos de vacaciones, algo que sólo podremos disfrutar los que estemos trabajando. Quedará el último cuatrimestre para acabar 2009. Se pondrá el The End y saldrán los títulos. Espero no aparecer en ellos, ni tan siquiera como ayudante de la ayudante de algo.

Inicié esta columna para hablar de un año lleno de incertidumbres, pero el pensamiento se me ha torcido y he acabado escribiendo de mi propio miedo. Me lo reprocha el compañero al que enseño estas líneas. Dice que tengo los ojos vueltos para adentro.

Bueno, yo sigo deseando arrancar otra hoja del calendario.