Otelo Saraiva de Carvalho , uno de los héroes del 25 de Abril de hace 37 años, ha declarado que no habría hecho aquella revolución si hubiera sabido cómo se iba a encontrar su país en este momento. No ha sido el primer líder que renuncia a su obra dejando a sus seguidores huérfanos y desorientados. Unos porque el paso del tiempo les ha mostrado lo equivocados que estuvieron, y otros porque poderosas razones de vil metal hacen disipar cualquier tipo de nostalgia épica. Raúl Castro se destapaba la semana pasada con un discurso crítico contra todas las tropelías que su partido ha estado cometiendo desde hace tiempo. A buenas horas: no se había enterado de que el mayor peligro para la revolución cubana era precisamente el inmovilismo y la falta de Derechos Humanos en la isla. Ahora todo apunta a una salida a lo chino, dando entrada a todos los males del capitalismo occidental sin ninguno de los beneficios de libertades individuales. Es lo malo de ser dogmático de izquierdas, que cuando se rompe con el maldito dogma se acaba de contertulio en Intereconomía. Si malo es ser dogmático, peor es ser tan extravagante como Aznar y el coronel que le regaló el caballo, que ahora usa las bombas de racimo que, parece ser, le vendió España en 2007. Por cierto, varias oenegés ya le habían pedido al propio gobierno de Aznar que prohibiera su fabricación, pero ni caso. Está de moda dar bandazos, a pesar de lo peligrosos que son en la carretera y en la vida. Más útil sería sacar lo bueno de cada revolución, quitar las telarañas, limar los defectos, adaptarlas a los tiempos y ponerlas de nuevo en la calle, un 25 de abril.