La Antártida es un buen reclamo para el turismo, hasta el punto de que la afluencia de visitantes al continente helado ha pasado de los 5.000 al año de la década de los noventa a 28.000 en la temporada 2006-2007. Este gran incremento hace temer a los protectores de la zona --los firmantes del protocolo del Tratado Antártico sobre salvaguarda del medio ambiente, aprobado en Madrid en 1991-- por el futuro de este frágil y singular territorio situado en el extremo sur del planeta.

La gota que ha colmado el vaso de los antárticos ha sido el anuncio de que un fastuoso crucero, el Golden Princess, con capacidad para 2.600 pasajeros y 1.100 tripulantes, que zarpará en enero próximo de Río de Janeiro rumbo al continente helado.

Hasta ahora, los operadores turísticos de la zona han sido muy prudentes y cuidadosos con el medio ambiente y organizaban cruceros de 50 o 200 personas, como máximo, por la región. Pero de repente, todo parece desbordarse y amenazar una vida silvestre única en el planeta.

TEMOR A UN ACCIDENTE "¿Qué ocurriría si un buque de estas características --refiriéndose al Golden Princess-- tuviera un accidente y vertiese petróleo en el mar", se preguntan en la weblog de la Asociación de Amigos de la Antártida.

Alan Hemmings, de la Universidad Canterbury de Nueva Zelanda --el país que está a la vanguardia de las iniciativas para limitar el turismo antártico-- declaraba recientemente a la agencia France Press que ya se ha detectado "la introducción de especies exóticas en el entorno antártico, como consecuencia de la llegada de estos buques descomunales". Hemmings se refiere en concreto al cangrejo araña que, proveniente del Atlántico Norte, ha llegado hasta el Atlántico Sur.

AGOTAMIENTO ANIMAL Los lugares donde pingüinos y focas se concentran resultan muy atractivos para los turistas. Pero su presencia masiva puede alterar tanto el comportamiento social como la fisiología de esos animales (aumenta su ritmo cardíaco), que se ven obligados a gastar demasiada energía para huir de los mirones en un territorio en el que para sobrevivir se requiere de toda la fuerza física.

Además, aseguran desde la weblog, los turistas se llevan fragmentos de esqueletos de focas y ballenas de las playas y pisan los frágiles líquenes y musgo, casi la única flora de las islas antárticas.

El coste exorbitante de los viajes a la Antártida no hace menguar cuirosamente la demanda turística de la zona. "Desde España cuesta entre 6.000 y 8.000 euros, pero cada año aumenta la demanda de plazas", asegura Francesc Noya de Viatges Agama.

"El perfil de este viajero es de una persona de entre 50 y 60 años, mayoritariamente. Pero a veces --prosigue-- también compran el viaje jóvenes de edades comprendidas entre los 30 y 35 años que son biólogos o especialistas en naturaleza y viajan expresamente por devoción profesional".

Un portavoz de Viatges Tuareg puntualiza que el continente helado "aún es un destino minoritario de los españoles, porque a su alto coste se le añade que hay que viajar en otoño o invierno".