Joaquín Arasa y Ana María Moreno se casaron hace 23 años sin saber que ambos eran portadores recesivos sanos de una alteración genética que haría que, de tener descendencia, sus hijos fueran candidatos a sufrir cinco enfermedades raras. Tuvieron un niño y una niña, Joaquín y Nuria, que cuando tenían 14 y 8 años, respectivamente, desarrollaron casi de forma simultánea una anomalía renal.

Tras interminables investigaciones, los médicos descubrieron que los hermanos Arasa sufrían una de aquellas dolencias: una insuficiencia renal denominada síndrome de Laurence Moon Bied. Sólo un trasplante podía garantizarles la vida, comunicaron los médicos a sus padres. Joaquín y Ana María propusieron a los cirujanos del Clínic que uno de sus riñones fuera trasplantado a cada uno de sus hijos.

"Por egoísmo de padre, yo quise ser el primero en operarme, para abrir el camino y saber qué era aquello", explica Joaquín Arasa. El le dio un riñón a Nuria y Ana cedió otro a su hijo Joaquín. "Ahora en casa somos cuatro personas y cuatro riñones", dice.

Este maestro no tuvo problemas laborales mientras se recuperó. Si los hubiera tenido, asegura, también lo hubiera hecho. El periodo más critico llegó, recuerda, cuando le dijeron que su donación podía no ser bien aceptada. "Evitar un día de diálisis, ya valía un riñón mío".