El colegio San Luis de Mérida cumple 40 años. Pero no va a ser un aniversario más. Estas cuatro décadas supondrán un antes y un después en el devenir de este centro concertado, sito en los terrenos de la antigua Huerta de Cayetano, junto al río Albarregas, por las que han pasado unos 4.000 alumnos.

El de este año es un cumpleaños especial, porque Deme Díaz, la última de los cuatro fundadores del centro que quedaba en activo, se jubila. A partir de ahora la comunidad de bienes que lo gestionaba deja paso a una cooperativa de la que se hacen cargo los profesores, con lo que se consigue la continuidad deseada por sus precursores.

La historia de este colegio comienza en Navaconcejo, una localidad enclavada en el Valle del Jerte, de cuyas cerezas son grandes embajadores Deme y su marido, Alejandro Donaire. Allí se asociaron con otra pareja de amigos y vecinos, José Luis Moreno e Isabel Merino, con quienes decidieron abrir un centro de formación en Mérida.

Corría el año 1970. Ocupaba dos locales de la calle Villagonzalo, en la barriada de San Luis, de ahí su nombre. Aunque poco después la ley les obligó a ampliar las instalaciones, decidiéndose por unos terrenos al otro lado del Albarregas, donde se inauguró el actual colegio en 1975. Hace unos años se fueron José Luis e Isabel. Después fue Alejandro, al que le llegó la hora de la jubilación. Y ahora es el turno de Deme. Los cuatro volvieron a unirse ayer en una cena a la que asistieron más de 300 personas, entre antiguos alumnos y profesores.

Dedicado a infantil y primaria, con una capacidad para 270 alumnos, el colegio ha sobrevivido gracias al trabajo en equipo. "Este ha sido nuestro secreto", afirma Deme. Y no ha sido un trabajo fácil, pero ni la dedicación casi en exclusiva que requiere un negocio como este ni la posterior ubicación de un centro público justo al lado, el Antonio Machado, han dado al traste con su objetivo de ofertar "una educación de calidad".

Un pilar fundamental de su propuesta educativa es la participación de la familia, pero también el cumplimiento de las normas. "Cuando me dicen que soy estricta les digo que si no lo fuera no habría colegio hace mucho tiempo", señala Deme.

El vínculo con los padres se fue desarrollando con actividades con las clases de cultura general que se ofrecía a las madres, las jornadas de convivencia en el campo, las acampadas o los campeonatos deportivos. "Hemos sido pioneros en muchas cosas", dice Alejandro. Sin embargo, ambos reconocen que las cosas han cambiado mucho desde que comenzaron su andadura, con una sociedad como la actual que complica mucho la participación de los padres. Pero advierten, desde su experiencia, que dificil camino le resta a la educación si todos los implicados no reman en una misma dirección. Pero ese reto es el que tienen que afrontar las nuevas generaciones. Ellos ya han logrado el suyo. Felicidades.