Empezaré por algo que salta a la vista, Antonio Franco es inmensamente grande. La naturaleza lo hizo así, con lo cual demostró su sabiduría. No podía ser de otro modo. La carrocería tenía que ser holgada, para que cupiera toda la riqueza interior que lleva dentro.

Las citas en unas memorias son la medida que permite apreciar la atención que nos merece una persona. En las mías, Antonio Franco aparece 26 veces, tres menos que el omnipresente Manuel Fraga Iribarne, dos menos que Manuel Ibáñez Escofet y seis más que Carles Sentís. Con unas pinceladas sobre Antonio reviviré con el lector 42 años de vida periodística que van de la Escuela de Periodismo de la Iglesia a El Periódico de Catalunya. De ellos, 37 han sido compartidos con el firmante.

Hombre de fronteras

En su libro de la vida debe poner que Antonio sería hombre de fronteras porque fue de los últimos que trabajó con la tipografía de Gutenberg y de los primeros que afrontaron el reto de las nuevas tecnologías. Aspiró aún las tóxicas emanaciones del plomo, que según los entendidos creaban hábito, y algo de razón debían tener si Antonio entró en la profesión, para no dejarla. Hay un dicho norteamericano según el cual el periodismo es la mejor profesión que hay en mundo si se sabe dejar a tiempo. Es la antítesis del pensamiento de Antonio, que considera que el periodismo no vale la pena si no se puede ejercer con honradez.

El 1 de noviembre de 1969, el biografiado y el firmante se incorporan al Diario de Barcelona . Para Antonio es el día de ingreso en la profesión. Empieza en la sección de Deportes, con el malogrado Alex Botines.

De aprendiz a doctor

Fueron ocho años en el Diario de Barcelona , suficientes para recorrer todo el organigrama profesional. Equivalieron al camino que va del aprendizaje al doctorado. En 1974, está al frente de la sección de Política española, cuando en el país se empiezan a decir las cosas por su nombre. La información sobre España adquiere un ritmo de película de Chaplin: Franco ingresado por un trombo en una pierna; Juan Carlos asume funciones, pero el dictador se las reclama porque dice encontrarse como un roble; todos los grupos se preparan para cuando llegue el momento del "hecho sucesorio", que es una manera discreta de mencionar a la muerte.

La oposición sale de las catacumbas; aparecen franquistas que pregonan una reforma, y se encierran en el búnker del inmovilismo los irreductibles, hasta llegar al 20-N, día de esperanzas y de miedo, también.

De la profesión se dice que es interesante, que tiene futuro. Antonio la ha amado desde el primer día. Pero liberada de los vividores que la corrompieron. Teníamos por aquel entonces conversaciones esperanzadas de que algún día comprenderíamos que habría valido la pena haberla elegido.

En las primeras horas del 20-N recuerdo una conversación de este tipo dentro de un coche. A las 4 de la madrugada le dejé. Me metía en la cama, cuando sonó el teléfono. Era Cinto Ballester, el hombre fuerte de Samaranch en la Diputación. Quería ser quien anunciara la muerte de Franco a las autoridades barcelonesas, adelantándose al dispositivo preparado para que fuera el poder el que diera a conocer la noticia. Desperté a Antonio, que a la media hora ya estaba en la redacción. Y los dos solos, aprovechando las matrices de la muerte no consumada por el trombo, que yo había guardado en un cajón, sacamos una edición. La máquina no paró. Comenzaba la cuenta atrás hacia el día que la prensa quedaría libre de farsantes.

Habían transcurrido seis años desde que Antonio empezó en la profesión. En la subdirección, era un colaborador eficaz del director. Había ilusión y entusiasmo, porque el mercado respondía a nuestros esfuerzos. Pero fueron vanos, porque los caminos de la empresa y la redacción eran divergentes. En 1977 hubo dos hechos contradictorios, la alegría de las primeras elecciones libres desde la guerra civil y la frustración del Diario de Barcelona que no pudo ser.

Antonio Franco y Antonio Asensio habían nacido para encontrarse. Sería en El Periódico de Catalunya, que vio la luz el 26 de octubre de 1978. Su mejor capital fue la libertad como marco para desarrollarse. Asensio fue triunfador en un ramo como el empresarial que no ha dado en Cataluña muchas mentes privilegiadas. No basta un director audaz para ganar la batalla diaria de la información. Hace falta un empresario que asuma las incomodidades de los protestones. El tándem funcionó de maravilla. Por primera vez salía un diario con redactores de primero y segundo empleo.

Inseparables

En 1982 Franco aceptó la oferta de la dirección adjunta de El País , pues la empresa tenía la intención de sacar una edición en Cataluña. Antonio Asensio no dudó nunca de que Antonio Franco volvería. Efectivamente, en enero de 1989, volvía a ocupar la dirección. Les unió la edición de El Periódico de Catalunya. Tempranamente, les separó la muerte. Pero el premio que lleva el nombre de Antonio Asensio les hace inseparables.