De los 180 pasajeros que se encontraban a bordo del crucero ruso Bulgaria que se hundió el domingo en el río Volga, 59 eran niños. Muchos de ellos subieron al barco con sus padres clandestinamente porque ya no había plazas libres, y la compañía de turismo que organizó el viaje asignó a 36 de ellos la misma fecha de nacimiento: el 30 de diciembre de 1999.

Solo uno de los niños que viajaba en el barco consiguió salvarse. Se llama Adel y tiene cinco años. Sus padres murieron en el accidente. El resto de menores quedaron encerrados en el salón de música del Bulgaria, donde en el momento de la catástrofe comenzaba una fiesta infantil. Pero a algunos incluso les dio tiempo para avisar a sus padres. "Mi hija vino gritando: ´Mamá, papá poneros los chalecos salvavidas porque el barco se va hundir", recuerda Natalia Makárova, una de los 80 supervivientes. "Hasta el último momento intenté retener su mano en la mía, pero la perdí cuando todo se llenó de agua", cuenta Natalia.

El Bulgaria, un barco obsoleto y descuidado por sus propietarios, tenía capacidad para llevar a bordo un máximo de 140 personas. En realidad, llevaba nada menos que 209, incluidos los tripulantes y el personal de servicio, según los últimos datos oficiales.

Toda esa gente tuvo solo entre tres y ocho minutos para abandonar el crucero. "El barco se ladeó, volcó y se hundió. Los tripulantes ni siquiera tuvieron tiempo de emitir la señal de socorro. Y en todo momento sonaba la música por los altavoces", rememora otro superviviente.

Los equipos de rescate recuperaron la mayor parte de los cadáveres atrapados en los compartimentos. Ni tiempo de saltar por la borda hubo. Solo algunas de las víctimas alcanzaron a ponerse el chaleco.