Me llamo Yarinaa Azindow. Nací en Ghana y tengo 22 años. Vivo en una nave del Poblenou con otros seis compañeros. Esta no es la vida en Europa que había imaginado, no. Aunque a menudo pienso que soy muy afortunado. Es un milagro que esté vivo.

Mi historia comienza en Accra, la capital de Ghana. Soy el mayor de seis hermanos de una familia originaria de Tamale, al norte del país. Mi padre era transportista y mi madre vendía cosas en un mercado por el que apenas no pasaba nadie. Entraba poco dinero en casa. Así que a los 14 años dejé la escuela y me metí de aprendiz de mecánico. Pero la situación económica empeoraba. Veía a mi padre quedarse dormido, sentado, con la cabeza colgando. Estaba exhausto. También veía que algunos vecinos que habían marchado a Europa regresaban con cosas buenas. Y empecé a soñar. "Tú también puedes, Yarinaa; si mueres, morirás por la familia", me iba repitiendo.

Trabajé mucho, vendí algún animal que teníamos en Tamale y logré reunir 500 euros. Cosí el dinero en el interior de los pantalones, metí en una mochila ropa, agua y cacahuetes, y un día partí. No dije que me iba. Mi abuela habría llorado todos los días. Preferí que pensaran que no iba lejos, quizá a Tamale o a las minas de oro. Cogí un bus hacia Burkina Faso, pasando por Bowkú, para atravesar Níger. El primer gran destino era Libia, donde también se encontraba mi hermano Habib.

Agua con petróleo

De día circulábamos y de noche nos hacían dormir al raso. Yo solo cabeceaba, porque todos saben que si te diriges a Libia, llevas dinero encima y te roban a punta de pistola. De hecho, el camino es tan peligroso que viajaban dos soldados en el bus. Dos días después llegamos a Agadez, en el centro de Níger, la antigua puerta del Sáhara, donde se juntan los desesperados de muchos países para la travesía del desierto.

De Agadez a Trípoli hay 2.790 kilómetros, y dos caminos de acceso. Ambos espantosos. Yo fui por el de Dirkou. Como a partir de Agadez desaparecen las carreteras, hay que viajar en vehículos con ruedas especiales. Fuimos en caravana cuatro pick ups con 40 pasajeros en cada una. Apiñados como bestias. Por el precio del trayecto --200 euros--, los traficantes garantizan un bidón grande de agua, pero nos dieron uno que antes había contenido petróleo, sin molestarse en limpiarlo. A muchos se les descompuso la tripa.

Dado que el pago del viaje se hace al comienzo del trayecto, es muy frecuente que, cuando duermes bajo las estrellas, arranquen y te dejen abandonado. O que digan que van a buscar una pieza de recambio y no vuelvan nunca más. Como no eres del desierto, no sabes hacia dónde ir y mueres. Mueren muchos más en el desierto del Sáhara que en el Mediterráneo. Ahora acaban de fallecer 92 personas.

Como teníamos poquísima agua potable no podíamos hervir arroz --nuestro principal alimento--, así que solo comíamos galletas y pan duro. El termómetro pasaba de los 50º. El sol carbonizaba la piel (más tarde me la llegué a sacar a tiras, como si fuera pegamento). Algunos imploraban alguna gota de líquido, otros escarbaban con las manos en la tierra buscando un pozo inexistente. Se sentaban, les