A los 10 años, María Arnedo (Los Guájares, Granada. 1948), ya trabajaba en el campo "de sol a sol", puntualiza. "Escuela hice poca", se lamenta. Apenas para llenar tres cartillas de caligrafía y leer a trompicones. "De mayor me empeñé en aprender a leer. Comenzaba una frase pero cuando llegaba al final, ya no me acordaba de lo que había leído al principio. Y vuelta a empezar", relata. María sembró, ató, limpió y cortó claveles cuando no levantaba tres palmos del suelo. Y recogió aceitunas, almendras... Recuerda que todo era "muy cansado". La infancia se le fue en un ¡ay!

A los 14, tras la muerte del padre, su madre le anunció: 'María, prepárate que nos vamos a Barcelona'. En el tren, la madre no paraba de llorar y un matrimonio que, al parecer, no tenía hijos, quiso adoptarla. María zanjó la proposición: "Tengo hermanos y lo que sea de ellos será de mí. Hemos nacido hermanos y así moriremos", cuenta que respondió.

Cuando nació su tercer hijo, de los cinco que ha tenido, dejó de trabajar de casa en casa para dedicarse a los cuidados, como han hecho y hacen muchas mujeres en detrimento de su vida laboral, "De ahí me me ha venido todo, de no cotizar", explica. "Mi marido, ¡qué Dios tenga en la gloria!, era muy celoso y no me dejaba trabajar fuera de casa", aclara echando la vista atrás. Y harta de estar más que harta, se separó de su pareja, tras 47 años de matrimonio. "La decisión la tomé yo", aclara.

Sola y sin recursos

María expresa un lamento en voz alta: "No me imaginaba una vejez así. No pensaba que me iba a ver sola y sin dinero". Apenas percibe 500 euros mensuales. "Y tengo la suerte de tener casa", afirma. Donde no llega su economía, llega Cruz Roja. "Me da comida. También tengo una asistenta social que viene a ducharme tres veces por semana. Ahora, aunque me duelen el brazo y los huesos, le estoy haciendo una bufanda porque la mujer se lo merece", explica.

María desgrana lo que son sus estrecheces diarias. "He ido a Bernidorm, el viaje me costó 168 euros y pude ir porque lo pagué en cinco plazos. A veces hasta me tomo un café si me apetece", se justifica. Esta pensionista, con mala salud y más de media docena de operaciones, algunas incluso repetidas, toma ocho pastillas diarias de todos los colores y tamaños. A la única que ha renunciado es a la del hierro. "La que tomaba me sentaba mal y la que me va bien no me la puedo pagar; cuesta unos 20 euros y en la caja solo salen 10 ampollas. Y una cada día es mucho dinero", indica.

Sueña con poder arreglar su vivienda de Castelldefels, el suelo, las puertas... enumera. También con hacer un viaje. ¿A dónde?, a Almería, responde. "Me han dicho que allí hay unas cuevas muy bonitas y un sitio donde hacen películas", cuenta ilusionada. María, por si quedara alguna duda concluye: "No he tenido suerte. He tenido mala vida".