Decenas de peregrinos aguardan en una larga cola, con paciencia y emoción, para entrar durante un minuto al Santo Sepulcro, el lugar donde la mayoría de las confesiones cristianas cree que estuvo enterrado Jesucristo tras ser crucificado y antes de resucitar al tercer día.

El diminuto cubículo, cuyo acceso está regulado por un monje griego ortodoxo que regaña a quien intenta arrancar a la visita unos segundos más de lo estipulado, es el centro de la iglesia del Santo Sepulcro, situada en la Ciudad Vieja de Jerusalén, en territorio palestino ocupado por Israel, según la ley internacional.

La capilla que encierra este lugar santo, el Edículo, está escondida por andamios y telas blancas con motivo de la primera restauración completa que se llevará a cabo aquí desde 1810. Un equipo de arqueólogos, científicos y restauradores de la Universidad Técnica Nacional de Atenas, dirigido por la profesora Antonia Moropoulou, se encarga de los trabajos.

INCENDIO EN 1808

Los peregrinos que llegaron al Santo Sepulcro el jueves se llevaron un enorme disgusto al comprobar que estaría cerrado durante dos días por las obras de restauración. Desconocían que dentro del Edículo, los técnicos estaban tomando muestras de la presunta tumba de Jesús de Nazaret, que se abrió el miércoles pasado a las 8 de la tarde.

La última apertura fue parcial, en 1809, para preparar la restauración que se llevó a cabo tras un incendio que causó daños severos en 1808. El sepulcro sufrió serios desperfectos posteriormente, en los terremotos de 1867 y 1927. La primera apertura, completa, se produjo en 1555, cuando Bonifacio de Ragusa era Custodio de Tierra Santa.

Una cincuentena de privilegiados asistió el miércoles pasado, a puerta cerrada, al momento histórico de la retirada de la lápida de mármol que cubre la tumba. Entre ellos se encontraban las autoridades religiosas de las tres principales corrientes que guardan este lugar santo y que han pactado su rehabilitación: ortodoxos griegos, católicos romanos y armenios ortodoxos.

FOTOS EN EXCLUSIVA

Expectantes y conmovidos estaban el Patriarca ortodoxo, Teófilo III, altos representantes de la Custodia de Tierra Santa (Franciscanos), el obispo armenio Sevan, autoridades religiosas coptas y miembros de la familia musulmana que guarda la llave de la iglesia y la abre y la cierra diariamente.

Nadie pudo hacer fotos de la retirada de la lápida, excepto las cámaras de National Geographic, que para tener la exclusivapagó decenas de miles de euros, según fuentes locales.

Marie-Armelle Beaulieu, responsable de la revista "Terra Santa", fue una de las afortunadas que asistió a la retirada de la losa. Explica a este diario que debajo “había otra pieza de mármol gris y agrietada”. Entre una lápida y la otra había arena y dentro del sepulcro también. El lecho funerario está tallado en piedra de Jerusalén.

Beaulieu comenta en un artículo que corrió el rumor de que esa arena “tenía un olor suave que invadió el espacio”. Otros testigos presenciales lo confirman. Testimonios recogidos cuando el arquitecto Nikolaos Komnenos abrió parcialmente la tumba el 19 de noviembre de 1809, hablan de “una extraña fragancia”. En diversas ocasiones se ha hablado de un aroma agradable procedente de los féretros que contenían restos de santos.

FRESCOS DESINTEGRADOS

Cuando se retiró la lápida en 1955, Bonifacio de Ragusa dejó escrito lo que había encontrado en el interior de la tumba. En el sepulcro vio pintados unos frescos en los que aparecían dos ángeles y unas inscripciones. Una decía: “Ha resucitado, no está aquí”. Según el Custodio, los frescos se desintegraron.

“En el centro del lugar santo se encontró un trozo de madera envuelto en un paño precioso. Apenas lo sostuvimos (…) al contacto con el aire, el paño se deshizo y quedaron unos hilos de oro. En la madera había unas inscripciones borradas (…), aunque se podía leer en letras latinas mayúsculas “Helena Magni””, señaló Bonifacio de Ragusa. Estas palabras se referían a Helena, la madre del emperador romano Constantino, que identificó los lugares santos en Jerusalén en el año 326.

El trozo de madera se dividió en tres. Una parte se envió al entonces Papa, Pío IV, otra al emperador Carlos I de España y V de Alemania y la tercera se conservó en la Custodia de Tierra Santa, en Jerusalén.

VENTANA EN LA TUMBA

Los científicos analizarán el contenido de la tumba de Jesús, que alberga una roca donde se supone que yació su cuerpo, en algún momento entre los años 30 y 33 del siglo I. La roca está tapada ahora y se pretende abrir una ventana en el sepulcro para que pueda verse a través de un cristal.

Según una fuente próxima al equipo que se encarga de la rehabilitación, citada por la revista “Terra Santa”, los científicos habrían detectado “una perturbación del campo magnético”en el sepulcro. El equipo técnico griego no ha querido comentar nada a este diario sobre sus descubrimientos.

La rehabilitación, acordada el pasado marzo y que acabará la primavera del año que viene, costará más de 4 millones de dólares (unos 3,647 millones de euros), de los que una parte han sido donados por el rey de Jordania.