Ver ayer la plaza segedana llena y con un cartel tan rematado, auguraba una tarde triunfal. Y sin llegar a la apoteosis del viernes, hubo en la corrida triunfos legítimos, los cuales llegaron por la disposición de los tres diestros, que estuvieron muy por encima de un encierro, en conjunto, muy justo de raza. Hubo toros manejables, pero ninguno, salvo el segundo, terminó de romper con celo por abajo.

Ponce confirmó su magisterio. Su día fue redondo porque mostró esas virtudes que ya le han hecho una leyenda: el conocimiento; la perfección con la que maneja los engaños; el sentimiento y una estética en la que hay un regusto y torería inigualables. Su primero fue un dije de bonito. Aparentemente estaba reparado de la vista y lo fue probando el valenciano. Pronto brotó su toreo en redondo de gran suavidad, sobre todo cadencioso, para recrearse al final de las series en unos pases de pecho largos y profundos. Cortó un trofeo.

El cuarto tuvo dificultades porque el zalduendo adolecía de falta de empuje y clase. Pero, sabio el diestro, supo tapar sus defectos. Primero llevándolo sin obligarle y, al final, cuando el toro no repetía, dándole los naturales de uno en uno, primero de frente y después con esos conocidos como del cartucho. Fue bellísima esa faena y paseó el torero dos trofeos más.

Antonio Ferrera dio lo mejor de sí. Llegó con clamor a los tendidos en banderillas, en ese tercio que domina a la perfección. Pero también tuvo mucho mérito su labor con la franela. Se lució con su primero, de Victoriano del Río, el mejor toro del encierro, pronto y con recorrido, noble. En su faena hubo limpieza y supo llevar largo al buen animal, para lograr series en redondo, por ambos pitones, muy aclamadas.

El quinto, molesto

El quinto fue muy molesto, porque derrotaba al final del muletazo. Pero Ferrera, con una acusada madurez técnica, pudo llevarle sin que le enganchara la muleta. Falló con la espada, lo que le impidió redondear las dos orejas del toro anterior.

Muy complicados resultaron los dos toros de Fuente Ymbro que lidió Miguel Angel Perera, que tuvieron en común el defenderse siempre. El extremeño estuvo muy por encima de los dos con una entrega sincera. Su primero iba y venía sin clase y tiraba un derrote al final del muletazo. Pero, como buen muletero que es, supo llevarle sin dejarse tropezar el engaño, para al final acortar distancias con el valor como atributo de ese trasteo.

El sexto fue aún peor porque, además, tuvo un peligro sordo. Primero le corrió la mano en tandas meritísimas por querer evitar los toques y por limpias. Exprimió a ese toro, se dio un arrimón y cortó la segunda oreja que le abría la puerta grande junto a sus compañeros.