Alerta Sami Naïr de que Europa se enfrenta a una elección delicada: la civilización o la barbarie. La situación es la siguiente: más de 2,8 millones de refugiados están «encarcelados» en Grecia y Turquía y son la gasolina perfecta para la ultraderecha -«su discurso es, punto por punto, el mismo que el fascismo de los años 30»-, la UE incumple todos los textos desde la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, y no hay un cabeza político que diga «basta». El filósofo ofrece un remedio de urgencia contra la barbarie en el ensayo Refugiados. Frente a la catástrofe humanitaria, una solución real: el pasaporte temporal.

-¿Europa avergüenza?

-Sí. Nuestra obligación para con los refugiados no es moral. No se trata de tomar una postura con respecto a la violación de las leyes fronterizas. Los refugiados están protegidos por el derecho internacional. Desde la convención de Ginebra de 1951 están prohibidas las expulsiones colectivas, pero en el pacto de Merkel con Turquía -a cambio de dinero y de la circulación de ciudadanos turcos por la UE- se ha sustituido la palabra refugiado por la de inmigrante ilegal. Eso pisotea todos los textos suscritos a lo largo de 60 años. Todos.

-La UE ha traicionado sus propios valores.

-Exacto. Y la alternativa es la siguiente: o esperamos a que acabe la guerra de Síria y los desplazados puedan volver a casa -aun así, el conflicto continuará en Irak y en Afganistán)-, o los mantenemos encarcelados en los campos turcos y griegos. ¿Y quién los financia?

-España no. El Rey ha dicho en la ONU que atraviesa «coyunturas complejas».

-No se puede condicionar la ayuda a la situación interna. Se trata de 10.000 refugiados en una España con 46,7 millones de habitantes. ¿Eso plantea un problema? ¡El problema son los cinco millones de parados! España practica una política de mano dura, hace devoluciones en caliente, costea vuelos secretos de deportación. Es el guardián mejor valorado de la fortaleza europea.

-Triste honor.

-Ya en la cumbre de Sevilla del 2002, Aznar y Blair acordaron una política de cierre. La idea era que los países del sur aceptaran a los retornados a cambio de ayuda a la cooperación. Y Rajoy intenta no hablar del tema, bajar el perfil, apagar iniciativas y hacer lo mínimo.

-La oposición le diría que suele ser su estilo.

-En agosto del 2015 partió de la sociedad civil un espectacular movimiento de solidaridad -Cataluña fue ejemplar-, pero a cada propuesta ciudadana, el Gobierno de Rajoy la silenció con el argumento de que no podía hacer nada sin la autorización de la UE. Sacaron esa baza, por ejemplo, cuando el presidente de la Generalitat valenciana, Ximo Puig, ofreció un barco con capacidad para 1.500 personas en un momento catastrófico del éxodo. La UE ni contestó.

-¿Qué propone usted?

-Yo propongo un pasaporte de tránsito para sirios, iraquíes, afganos, nigerianos y eritreos. No tendrían los derechos tradicionalmente otorgados a los refugiados, pero les permitiría salir de los campos y circular por el espacio europeo para que pudieran encontrar una solución ellos mismos. No es algo nuevo. No lo he inventado yo. Ya existía bajo el nombre de pasaporte Nansen.

-¿Nansen, el explorador polar?

-El mismo. El noruego logró el Nobel de la Paz de 1922 por la creación de un documento que permitía escapar a las minorías perseguidas tras la primera guerra mundial. La ONU lo adoptó. Y funcionó.

-¿Se lo daría a todos?

-¡No son tantos! Podría tener efecto para un millón de personas, en una UE de 512 millones de habitantes.

-El clima no parece propicio. Se han levantado 223 kilómetros de vallas.

-Y hay un repliegue hacia las identidades, y Gran Bretaña sale del club porque ha fracasado el modelo. Pero aceptar la barbarie es volverse cómplice. Hegel hablaba de la «astucia de la razón». Decía que la razón, para realizarse, puede tomar caminos irracionales, pero el fin último es el desarrollo pleno de la razón. Eso sí, hay que aceptar el sufrimiento.

-O sea, pintan bastos.

-No se puede evitar la experiencia. ¿Quién convence a los integristas de que se están equivocando? Se trata de un proceso histórico. Sabemos que el modelo elegido por nuestros dirigentes durante estos últimos 30 años no funciona. No podemos seguir tapándonos los ojos.

-Mientras, la ultraderecha va en ascenso.

-Un momento. En Alemania, la vota un 18%. Los mismos que pidieron la salida del euro de España, Italia, Grecia y Portugal. La extrema derecha es peligrosa, pero no es el problema central.

-¿Cuál es el problema central?

-La ultraderecha esconde la realidad. Y la realidad es una sociedad fragmentada en un momento de transición económica. Una prueba es el resultado de las elecciones en Berlín. El 82% de ciudadanos ha votado a democristianos, socialdemócratas, verdes y a la izquierda (Die Linke), pero los medios de comunicación y las batallas internas de los partidos culpan a Merkel de haber favorecido a la ultraderecha. ¡La realidad es mucho más compleja!

-Eche un poco de luz.

-Mientras Obama proponía invertir y remontar el empleo, la política de austeridad puesta en marcha por la cancillera en el 2012 ataca hoy al propio sistema económico. Alemania atraviesa una crisis profunda y la extrema derecha solo ha visto su oportunidad. Los refugiados son el chivo expiatorio, como lo fueron judíos, comunistas y homosexuales en la Alemania de los 30.

-Después de Auschwitz, eso parecía impensable.

-La cosa más inconsistente en la conciencia de los pueblos es la memoria. Negociamos con ella permanentemente.

-Merkel podía haber jugado esa carta y no lo ha hecho.

-Discrepo con sus orientaciones económicas -Merkel es la Thatcher del siglo XXI-, pero es la única líder europea con dimensión de estadista y entiende que el problema de Alemania es demográfico. En 20 años, perderá peso como potencia hegemónica y sabe que los refugiados tienen un valor. El problema es que no se planteó la metodología. Imaginó que los lander iban a financiar la acogida y de eso nada.

-Solo habla de Alemania...

-El problema es que Europa no es una comunidad política, y Francia y Alemania son los que deciden la orientación del resto. No existe una cabeza política que diga: «Hasta aquí hemos llegado». Vivimos en una inmensa manipulación, y hay que exigir volver al derecho.

-¿Simone de Beauvoir, su mentora, habría imaginado el escenario actual?

-¡Imposible! Ni ella, ni yo, ni nadie hubiéramos podido pensar que dos movimientos de fondo que se desataron entonces iban a tener consecuencias trágicas para Europa.

-¿De qué dos movimientos habla?

-Uno, la revolución iraní. Y dos, la elección de la vía thatcheriana para la construcción de Europa, representada hoy por la señora Merkel. Estos dos acontecimientos han transformado el mapa geocultural mundial. ¿Un ejemplo?

-Si es tan amable.

-En 1986, las mujeres con velo en El Cairo eran una minoría y en los países del Magreb la aspiración era la modernidad. Pero el ayatolá Jomeini demostró que el islam podía servir de ideología política y hasta ganar batallas a nivel mundial. Y objetivamente las ha ganado. A partir de 1979, se desató la islamisación del mundo árabe y la destrucción del nacionalismo laico.

-El otro mal es europeo.

-Sí. La UE se cimentó sobre un modelo ultraliberal que se transformaría en fundamentalismo con el tratado de Maastricht.

-Quizá el capitalismo no pueda sostener la lógica de la igualdad de derechos.

-No el que tenemos. Yo soy keynesiano y llevo 30 años defendiendo un Estado social europeo que tenga, a la vez, un mercado y un sector no mercantil basado en la producción de bienes comunes.

-¿Tiene esperanza de verlo?

-Soy voluntariamente optimista. Hasta la fecha no hemos visto ninguna sociedad autosuicidarse. De momento el fundamentalismo economicista se enfrenta al religioso. Pero, por suerte, hay izquierda en la cabeza de las nuevas generaciones y democracia en la sociedad civil. En algún momento sobrevendrá la razón. H