TUtn tema de conversación recurrente a partir de cierta edad es el de las enfermedades. A mí, al menos, suelen preguntarme sobre todo por mis libros y por mis enfermedades. No en ese orden. Al final siempre me queda la duda de si soy un escritor que está enfermo o si soy un enfermo que escribe. Intuyo que el orden de los factores no altera el producto.

La literatura asociada a la enfermedad, y también a la inversa, da mucho juego. Ayer sin ir más lejos, mientras esperaba mi turno en la consulta del médico, un conocido me contó que ha escrito una novela sobre el trastorno bipolar, enfermedad que él mismo sufre. Según me explica, Hemingway, Allan Poe y otros muchos escritores famosos padecieron esta enfermedad, que al parecer tiende a potenciar el talento creativo. (La trágica muerte de estos dos autores incita a pensar que su creatividad no les ayudó demasiado a superar esos trastornos).

Una vez en casa leí el correo electrónico de un amigo, estos días convaleciente por partida doble a causa de la rotura de un gemelo y de una operación de oído. Resulta que tiene "oído de buzo", un mal habitual entre personas que pasan mucho tiempo en el agua, generado por un crecimiento excesivo de un hueso en un intento de proteger el interior del oído de la agresión de la humedad.

En fin, las enfermedades no respetan a nadie. Ya sea uno buzo o escritor (famoso como Heminwgay y Allan Poe o un simple plumilla como este servidor), todos estamos expuestos a caer en cama en cualquier momento. El grado de optimismo con que encaramos los achaques es directamente proporcional al grado de felicidad al que podemos aspirar.