TAtños 70. La escena sucede en el cine Capitol cacereño o en el Menacho pacense. El acomodador se acerca cual pantera sigilosa. Ya está a un paso de ti, enciende su linterna, te enfoca directamente a los ojos, te chistea con energía, te hace la señal de no con su índice y corta de raíz tu libido para el resto de la película: se acabó el besuqueo.

Pero las costumbres se relajaron, las parejas dejaron de buscar la fila oscura para conocerse mejor y los acomodadores desaparecieron... Hasta ahora. Un cuarto de siglo después, esta figura moralizante y censora vuelve a nuestros teatros. Aunque ya no persigue besos apasionados, sino teléfonos móviles.

Al Auditorio de Cáceres, al López de Ayala de Badajoz, al Alkázar placentino y a la sala Trajano de Mérida ha regresado el acomodador ladino y autoritario. Apostado tras los cortinajes, vigila en la oscuridad, descubre la luz delatora, salta sobre su presa sin compasión y ordena inflexible: "Oiga, apague ese móvil". Y es que la locura de lo virtual también ha llegado a los teatros.

Hay espectadores que en lugar de escuchar a Estrella Morente prefieren verla a través de la pantalla coloreada de su teléfono deslumbrando y molestando a los demás espectadores. El móvil ha resucitado a los acomodadores en los cines y en la política.

Incluso el alcalde Saponi se ha puesto el antiguo uniforme aceituna de los acomodadores del Coliseum y llama la atención a quien enreda demasiado con el aparatito: "Consejera, ese móvil".

*Periodista