Háganse a la idea de que suena Elisete Cardoso; Mañana de carnaval, por ejemplo. Calma. Dulzura. En portugués. Al fin y al cabo, estamos en Portugal. Ante todo mucha calma. Quizá no sea el local propio para los devotos de Amalia Rodrigues; al menos si lo son fadistas a jornada completa.

Hay cosas que son obvias. Insultantemente obvias. Al Bernabéu se va a ver ganar al Madrid, a los toros se va a fumarse un puro y a Portugal se va a comer en una taberna típica, típica a machamartillo, sin concesiones, a comer patatas, bacalao y zapateiras. Fado gingao. Todo buen extremeño, antes o después, debe pasar por la raya y rallarse de lusismo en olla de barro. El certificado básico de extremeñidad obliga a una reválida de pollo a la brasa y arroz de marisco; en Portugal, por supuesto. Vivir en sociedad obliga a conocer el restaurante rayuno más fadista, más oscuro, más perdido y, por supuesto, más barato del que se tenga noticia. Yo también tengo el mío. El Primavera de Campomayor que Dios guarde. Pero resulta que, en ocasiones, uno no está para fados encadenados. Resulta que uno, por una vez, casi que prefiere evitar tabernas tupidas de yugos para bueyes y trampas para zorros. Aunque sea por una sola vez y aunque haya que pedir perdón a vecinos, compañeros de curro, consuegros y demás expertos rastreadores de raciones como para cuatro, grasas de cerdo fundentes, mantelillos de papel y huesos de aceituna a pie de barra. En ocasiones, no. O, al menos, no siempre.

Restaurante Acontece, por ejemplo. En Elvas. Comer en Portugal como si los trenes ya no desprendieran carbonilla y Salazar estuviera enterrado. Elvas, casco histórico, al pie de las centenarias murallas, la mirada perdida en la llanura y, sin embargo, siglo XXI. Un restaurante de esos que hoy son comunes en España, decorados a la sueca, más suecos que españoles (en esta ocasión más sueco que portugués). Una antigua gasolinera transformada al hilo de lo que hoy se estila. Algo así como IKEA, pero no tiemblen, se come mejor que en IKEA. Y te atienden mejor, por supuesto.

Más moderna la decoración que la carta. Quizá los platos que allí se sirven no sean tan nuevos como cupiera esperar. O como se estila a este lado, el español, de la frontera,… pero para ser Portugal no deja de ser un paso adelante. Alguna sorpresa como las gambas con coco, pero poco más por ese palo. Quizá no sea tampoco tan barato como se espera de un restaurante elvense, pero si se comparte plato no resulta caro. Porque las raciones son como para compartir. Al fin y al cabo son modernos, pero solo la puntita.

Tomé dos platos contundentes. Atún y carne de ternera. Ambos dos notables. Dos preparaciones sencillas que dejaron ver la calidad del alimento. Generosas las raciones y correctos los sabores. La carne a la piedra en la propia mesa, algo que a mi gran amigo Don Felipe Albarrán le desagrada profundamente y que a mí, perdón don Felipe, a pesar de la humareda, me resulta simpático. Vino alentejano, Vinhas de Cabezao, que ni fú ni fá. Los postres sencillitos, pero resultones. El comedor con más de media entrada; en su totalidad portugueses. Gente finolis. El encargado, finolis por dos. Todo limpio. Un magnífico aparcamiento gratuito a pocos pasos. La oportunidad de pasear por el centro de la bellísima Elvas, antes o después del yantar. Agradabilísimos los camareros. Un sagrado corazón con fondo lisérgico en una urna. ¡Qué modernitos! En Elvas. La música de fondo como de sala de espera de dentista. Bossa nova.

Conclusión, un sitio agradable con una cocina en camino de poder ofrecer algún día sorpresas agradables. Calma. Un ratito de felicidad. No siempre le apetece a uno llorar fados mientras se zampa sin cubiertos un pollo a la brasa. Eso sí, la mantequilla, esa que nadie ha pedido, te la cobran. Vayan. Y me cuentan.

El restaurante Acontece en imágenes

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