TDte todos los cambios que últimamente nos acechan, este es el más radical. No debemos besarnos ni estrecharnos las manos, supongo que también debemos abstenernos de los abrazos. Estoy muy desconcertada. No sé cómo voy a saludar a familiares, amigos y conocidos cuando me los encuentre, es más, temo que seré incapaz de contener el impulso y no porque me gusten especialmente esas efusiones --que en la inmensa mayoría de las ocasiones no tienen nada que ver con el afecto-- sino porque es una costumbre tan arraigada, es algo tan mecánico, que estoy segura de que cuando quiera darme cuenta estaré con los labios pegados a la primera mejilla conocida que encuentre en el camino.

Cómo saludaré a mis hermanos, a mis amigos; cómo saludarán los padres a los hijos o cómo se relacionará la madre con su bebé. Nos recomiendan que cambiemos las ceremonias de la cortesía, la manera en la que, en nuestra cultura, damos la bienvenida. Los gestos son importantes y en ellos reconocemos el acogimiento o el rechazo ¿Y ahora qué? Nos quedaremos envarados, tímidamente con las manos en los bolsillos, inseguros mientras lanzamos un "hola, cómo estas", sin poder calibrar el grado de aceptación o afecto, porque es a través de la piel como mejor captamos la calidez, la indiferencia o el rechazo. Esa cariñosa presión de una mano en la nuca mientras tu mejilla recibe el beso, o esa otra mano que aprieta vigorosa la tuya en señal de reconocimiento y cálida aceptación, o, por el contrario, aquella otra lánguida y fría que invita a mantener la distancia.

Dicen que abstenernos de estos contactos es bueno para prevenir la nueva gripe que se ha convertido en pandemia.

Comprenderé a quien me mantenga a distancia y espero que, si consigo incorporarlo a mis hábitos, también los otros me comprendan.